Oportunismo


Aprovechar oportunidades no tiene nada que ver con ser oportunista —en toda mi vida he intentado aprender bien esa máxima—, pero es lo primero, justamente, la excusa de los segundos. Muchos la han encumbrado y repetido como una seguidilla, pero a costa de borrar las líneas que separan oportunidad y oportunismo, de por sí difusas, a plena conveniencia. Lo que es lo mismo: la privaron de existir, de darle importancia.

El oportunismo es el arte de aprovechar oportunidades, sí, pero a costa del defecto de otro, de la desventaja del hombre que tropieza y cae —llegado el caso, nosotros mismos ponemos la zancadilla— y así tomar ventaja en esta carrera nuestra de cada día. Un antivalor, vale aclarar, que no escapa a ningún ámbito de la sociedad.

Entronizado, corpulento, bien alimentado y visible solo de soslayo, te lo encuentras, desde pequeño, en la escuela. Va el padre y le da un beso al niño, y le dice que no se preocupe porque va a salir bien. Va el padre y le da un beso a la maestra, y le dice que no se preocupe, que el regalo va a estar bien. Y el niño, bien lo sabe, se siente impune, rey, soberano de todo cuanto acontece en el aula.

El mismo niño crece y llega al Preuniversitario a costa de todo cuanto pudo hacer por el camino: la cuidadosa estrategia de ir pregonando “yo no he estudiado nada” y sacar un 100 a todas, llegar más temprano a la biblioteca y acaparar los libros, como en la vieja fábula en que el cerdito cita al lobo a buscar manzanas a cierta hora, pero se adelanta para engañar a su adversario. Solo que aquí, el personaje del lobo es quien carga el peso de la astucia.

El oportunismo puede ser harto dañino porque engaña, porque las ganas de sacar ventaja tienden a encontrar todo cuanto se tenga al alcance para derrotar al otro, aunque ese otro ni siquiera sea una real competencia, sino solo una amenaza al estatus entronizado, por el mero hecho de existir. El oportunista se ve amenazado por quien consigue su éxito por mérito propio.

El niño del que hablábamos ya llega a la universidad. Y es allí donde comienza a revelar sus verdaderas armas. Si puede, por qué no, le regala su amor alguna profe, pues ya eso de las regalías le dio buen funcionamiento muchos años antes, cuando iba en el asiento trasero del carro de papá rumbo a la escuela. Ahora las riendas son suyas. Lo hace, porque sabe que hay que sacar ventaja a toda costa, y de paso, le enseñaron que un pensador del Medioevo se repetía a sí mismo, una y otra vez, que el fin justifica los medios.

Y el niño, ahora joven, no piensa demasiado en sus actos. Ve oportunismo por doquier. Lo saborea, lo justifica. Lo ve cuando sale a la calle, en el café donde va con sus amigos y los meseros prefieren dar un pésimo servicio para no vender demasiado y quedarse con la mejor parte. Lo ve en el maestro que se olvida de sus principios por cobrar un poco más. Lo ve en el administrador que vive su cotidianidad con serios problemas de cumplimiento de planes, pero en su cuello le brota una tosca cadena de oro. Lo ve detrás de los burós, con acumulaciones estratoféricas de papeles que convierten lo fácil en difícil por medio de lo inútil.

El oportunismo, nadie lo dude, es enemigo de la Revolución. Crece como un germen que amenaza con enfermar mucho de lo que se ha alcanzado hasta ahora, por personas que aprovechan los contextos para defender posiciones personales, para asegurarse su estatus y no velar por el bien común, que es a lo que nos debemos.

Este martes reponían Conducta, la película de Ernesto Daranas, que todavía nos hace suspirar. Una escena me inspiró este texto. El argumento lo sabemos: Raquel, la trabajadora social, se empecina en mandar a Chala a la escuela de conducta, pero Carmela, su maestra, sabe que esa no es la solución, que el niño merece una oportunidad. Reuniones van, reuniones vienen. Raquel entiende a la educadora, pero decide realizar su trabajo, y para ello prefiere apelar a viejas reglas: la intenta jubilar a la fuerza. La respuesta de Carmela fue tajante: “Tú lo que quieres es defender tu puesto, pero no te importa la vida del niño”.

De vuelta a la realidad leo, repaso datos. Recuerdo el dato de los millones de pesos en pérdidas materiales por concepto de “descontrol e impunidad” durante el año, como dijera la Contralora General de la República, Gladys Bejerano. Entonces, ¡mala certeza! me percato de que el oportunismo amenaza con fervor. Acecha. Ya hace daño.

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