Francisco y los cubanos: más que un pastor y sus ovejas


Llegada a la plaza de la Revolución. Foto: LOLC
Apenas 88 días para el 17 de diciembre de 2015, día en que Cuba celebra el primer aniversario del histórico anuncio de su restablecimiento de relaciones con EE.UU; Y el Papa Francisco festejará su 79 cumpleaños, imagino que con el recuerdo de 12 meses antes cuando recibió, tal vez, uno de los mejores regalos de la vida.

Casualidad es una palabra demasiado utópica para describir este hecho. Quizás el Sumo Pontífice le pidió expresamente a sus homólogos de Cuba y EE.UU. que ese fuera el día escogido para hacer oficial el inicio de una normalización de relaciones diplomáticas que —cocinada a fuego lento y en secreto con muchísima antelación— ha divido la historia reciente en un antes y un después.

Digo esto mientras me exorcizo los ánimos de la misa ofrecida por el Obispo de Roma en la Plaza de la Revolución de La Habana, una celebración que ha colmado la opinión pública de todo el país y parte de la región, borrado las reminiscencias de la visita papal anterior y obviado una noticia no menos importante a los ojos de los cubanos: la cortesía del Departamento del Tesoro Norteamericano de abrirnos más el diapasón de libertades. Y Francisco, lo que se dice vela, tiene bastante en ese entierro.

Ha calado en un modo exuberante en la vista del ciudadano cubano. No solo el creyente, como hemos sabido, porque Francisco ha sabido hacer historia desde el mismo momento en que el Habemus Papam anunciaba que el próximo sucesor de Pedro lo habían ido “a buscar al fin del Mundo. Oren por mí”, dijo el 13 de marzo de 2013 y repitió aquí, hoy, en La Habana.

¿Por qué hay que orar por un hombre con el poder de atar y desatar elementos entre el cielo y la tierra? Sus ansias por reformar una iglesia necesitada de reformas lo explican todo: es Francisco, como ha referido nuestro diario Juventud Rebelde, quien ha dirigido gran parte de su trabajo a reformular el orden de la curia romana, a abrir los horizontes de la institución que encabeza y establecer puentes entre su Estado y las relaciones Internacionales.

Para ello se ha metido en temas tan espinosos como las discusiones sobre la anulación del matrimonio, la postura menos reacia sobre la homosexualidad y —una de las más delicadas— su intento por esclarecer las cuentas del Instituto para las Obras de Religión, conocido por el nombre del banco del Vaticano, al que siempre se le han imputado no pocos negocios sucios. Tan progresivas han devenido sus ideas que unos cuantos le han intentado poner etiquetas al estilo de “Papa comunista”.

Pero es el papel de mediador entre los gobiernos cubano y norteamericano la acción que más ecos hizo resonar en este archipiélago del Caribe. Tal fue su papel en el juego de las nuevas relaciones diplomáticas, que nuestro laico presidente Raúl Castro terminó por demostrar de una manera sincera su admiración por Jorge Mario Bergoglio: “Yo me leo todos los discursos del Papa. Si continúa hablando así, les aseguro que volveré a rezar y regresaré a la Iglesia”, aseguró en su breve visita a la ciudad del Vaticano en mayo pasado.

Por eso, hoy, Francisco conmocionó mucha más de lo esperado al pueblo cubano. Tanto así, que logró pasar por alto la noticia de la ampliación de facilidades económicas que sigue abriendo EE.UU. para con Cuba mientras Donald Trump continúa ganando adeptos; y el sentido estratégico de su gira al continuar exactamente por la tierra del Tío Sam.

El Papa Francisco tampoco es un resultado aislado. Nadie crea que su nombramiento es obra y gracia de la cortesía del cónclave cardenalicio. Es, en todo caso, el resultado de concreción de toda una historia latinoamericana, donde existen las tierras con más devoción católica en el mundo. Y los beneficios de su legado se dejan ver, sobre todo aquí, al sur de Río Bravo.

No hay razón entonces para extrañarse de la magnitud de esta visita papal. Ni de las muestras de cariño que las multitudes creyentes, ateas, sincréticas, has desperdigado por doquier. Ni de la amplia repercusión en los medios de comunicación, ni la exhaustiva cobertura de nuestra prensa.

No hay razón para extrañarse de un hombre que ha venido a resaltar nuestro valor al decir que Cuba es: “El santo Pueblo fiel (…) que tiene gusto por la fiesta, por la amistad, por las cosas bellas. Es un pueblo que camina, que canta y alaba. Es un pueblo que tiene heridas, como todo pueblo, pero que sabe estar con los brazos abiertos, que marcha con esperanza, porque su vocación es de grandeza”.

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