Cuando el mal es de bordar, la necesidad no entiende de prejuicios

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig
Adier Zaballa habría comenzado a bordar desde niño, cuando se escapaba después de las clases a ayudar a su abuela. Hizo un técnico medio en servicios gastronómicos, pero nunca ejerció el oficio. Sentarse con una tela tensada en un aro y puntear con aguja e hilo, además de dinero, le dio placer.

—Aquí en Trinidad somos muchísimos los hombres artesanos de la randa y el bordado, pero te confieso que cuando empecé lo hacía escondido.

—¿Te daba pena?

—Un poco. Pero el tiempo me dio confianza, total, aquí ya se ha vuelto normal. Se pueden ver hombres que les encanta bordar en la calle, cuando en otro lugar de Cuba los mirarían con cara de espanto. A los turistas les llama la atención, les resulta gracioso.

Sonríe cuando explica el fenómeno. Recuerda todavía, cuestionando si aquello era o no una broma, cuando un hombre extranjero le propuso “eso que te imaginas que me dirían por ponerme a hacer randa en la calle”.

Verlo trabajar a plena luz del día denota lo seguro que ya está de su oficio como sustento del bolsillo y de su satisfacción personal, sobre todo en Trinidad, ciudad con un arraigo importante en estas artes que provienen de las tradiciones hispánicas femeninas. Aquí también hay compradores seguros.


Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig

—¿Cuántos otros hombres conoces que se dediquen a esto?

—Que se dediquen por completo sé de otros 4 además de mí. Pero por ahí hay cientos.

Dedicarse por completo significa tener un expediente en el Fondo Cubano de Bienes Culturales como artesanos textiles y comercializar la obra legalmente. Y en efecto, de más de 60 personas registradas para este oficio en Trinidad, apenas 5 son hombres, uno de los cuales es considerado trabajador pasivo por estar residiendo en otro país.

En esta ciudad de la provincia de Sancti Spiritus, las artesanías textiles son parte importante del legado patrimonial de los tiempos coloniales. No es extraño que existan programas para su salvaguarda. Uno de ellos es el proyecto Siempre a Mano, que pretende rescatar el oficio tal cual se hacía en el siglo XIX. Sin embargo, más allá del significado cultural, la randa y el bordado son parte del negocio redondo de la artesanía para el turismo.

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig
El Callejón de Peña, a escasos metro de la Plaza Mayor, es una de las ferias locales donde se expone la artesanía típica que buscan los turistas. Allí puede verse trabajar a Amaury Zulueta, un mulato avanzado en los 30 que puede hablar y tejer a la vez. Su voz es áspera y rápida.

“Me dedico a esto hace como 15 años. Aprendí porque mi mujer necesitaba ayuda y con cuatro manos se hacía más. Ella me enseñó los puntos: el solecito, el festón, la barahúnda y la flor de pascua. Esto es lo que se llama Randa que es hacer figuras con hilo sobre la tela. El bordado es coser sobre un dibujo. El deshilado ya sí me lo hace ella porque eso no lo sé hacer”, comenta mientras termina una pieza por encargo, por la que le pagarán 6 CUC.

—¿A ti tampoco te da pena?

—¡Na’, si aquí hay unos cuantos hombres que se dedican a eso! Hombres hombres, digo, porque gays hay otro montón, tú sabes.

Amaury, a diferencia de Adier, no es artesano reconocido. Trabaja porque es un desahogo para la economía de la casa. De hecho, vende en una mesa de la feria, pero ninguna de las obras que expone es de su creación. Lo que borda se lo vende a otra persona para la comercialización final.

Adier explica el por qué: “Si trabajamos como lo requiere la técnica tomaría demasiado tiempo. No daría para una buena comercialización. Se tarda mucho y no habría nada que vender en la mesa. Muchas personas se dedican a hacer puntos más rápidos, más comerciales: la trinitaria, el solecito, la margarita… que muchas veces ni se hacen con calidad, pero se hacen rápido y te surten”.

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig
Las obras finas se reservan para exposiciones, donde se cotizan hasta en 100 CUC (103 USD).

Para el artesano extraoficial es mejor trabajar por partes. El que compra la tela pide le hagan el deshilado para luego realizar la randa. Una tercera persona le facilita el bordado. Finalmente, vendedores de la Candonga (la feria artesanal de Trinidad) esperan por estas prendas. En cada escala media dinero.

“El metro de tela me sale entre 5 y 8 CUC”, explica el joven profesor de secundaria Yordany Solo, residente en la zona de Manaca-Iznaga. “Le digo a mi hermana: hazme un tapete, o un mantel o algo… ella me lo prepara, me hace el deshilado y los dibujos del bordado. Yo hago la randa y el bordado como tal. Después hay que llevárselo a alguien pa’ que haga los remates y los dobladillos. La pieza final se le puede vender a las candongueras entre 20 o 25 CUC en dependencia del tamaño”.

Las ganancias para los tejedores no son muchas, pero la de los vendedores dependerán de su habilidad con los clientes. Artículos que llegan a las mesas por 2.5 CUC, pueden ser vendidos hasta en 8, y a los manteles les ponen otros 10 CUC por encima. Al parecer las reglas del juego les parecen aceptables a quienes siguen produciendo bordados sin parar.

Si se le pregunta a cualquiera de estos hombres tejedores de Trinidad cómo comenzaron, ofrecen respuestas parecidas. Vieron a su madre, abuela o una tía y quisieron imitarlas. Nadie sabe a ciencia cierta quien fue el primero que se atrevió a burlar las normas del machismo y ejercer un oficio que hasta entonces se había destinado a mujeres.

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig

Publicado originalmente en El Toque

Comentarios

  1. Que interesante,por qué un hombre no pdría bordar,no veo mucha diferencia en pintar,es arte y me encanta.

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