Santa Clara


Foto: Yariel Valdés González


En la televisión corre la Misa Cubana a la Virgen de la Caridad del Cobre, del maestro José María Vitier. Bárbara Yanes canta a viva voz Ave María por Cuba mientras yo, desde el palco privado de mi casa, me sacudo las nostalgias y las riego por la sala, el pasillo, la terraza.

La obra de Vitier me ha hecho recordar mis días en Santa Clara, la muy obscena ciudad que me acogió durante los últimos 7 años y a la que ahora le digo adiós. La recuerdo, por esa fama indiscutible de destilar arte y cultura, como aquella noche en el teatro La Caridad en que fui testigo de tamaña obra.

Santa Clara es una ciudad que se me antoja ahora, y díganme pretensioso. Pero no puedo hacer más por un lugar que se ha robado inescrupulosamente gran parte de mi felicidad. Ahora, cuando regreso a los rincones humildes de mi hogar, cuando mis días andan entre piedras en las calles y hello and wellcomes, las alarmas se disparan otra vez por llegar a esos cambios inesperados que depara la vida. Tal parece que fue ayer cuando escribía, asustado, acerca de mi traslado a esa ciudad.

Santa Clara es el lugar de los pilongos. Para quien no lo sepa, los pilongos son quienes han recibido entrada al reino de Dios en la pila bautismal de la Catedral. La tozudez de los nacidos por esos lares aflora ante el peligro que le roben para siempre su amada tierra y pretenden crear un linaje: los santaclareños puros, es decir, los pilongos…

Pero Santa Clara siempre ha sido una María Magdalena. Libre y suelta ha recibido a hombres y mujeres de toda Cuba. Le arrebató a Trinidad muy pronto la condición de capital del centro, y centro de las Villas es. Decidió que sería madre de toda la región mucho antes que se endilgara la figura del Che para ella sola y terminara dándole el lecho eterno en sus entrañas.

Por si no fuera poco, se hizo de una universidad que ha sido mucho Santa Clara. Una universidad grande, majestuosa solo por el hecho de ser suya. La universidad de títulos y academias donde también te gradúas del arte, de la identidad, de los placeres, de la vida misma… La universidad de Santa Clara ha sido el útero donde gestar hijos adoptivos.

Útero ha sido también el Mejunje, que se yergue como un duende viejo sobre los corazones rotos de tantas tierras y los lleva allí, a componerse. Santa Clara se ha visto a sí misma en el espejo y le ha dado vergüenza, pero también orgullo. Santa Clara sabe que no siempre suele resultar tan santa. Una ciudad que tiene malecón pero, impoluta, desecha el mar que le habrían negado en su nacimiento.

En Santa Clara una vez me enamoré y recogí trozos de felicidad que traje luego cada fin de semana hasta aquí, mi casa en Trinidad. Y el amor creció desde entonces, hasta que logré amontonar esos trozos en una bolsa inmensa que ahora Santa Clara no me deja traer de vuelta. Me los deja allá, para que regrese siempre. Santa Clara sabe que gracias a ella alcé mi voz, escribí millones de palabras e hice el amor a la luz de la luna.

Si Trinidad es la esposa perfecta Santa Clara es mi concubina. Coqueta, sensual, obscena. No nací en sus tierras, menos mojé mi cabeza con las aguas de su milagrosa pila bautismal, pero cuando escribo de ella, pareciera como si la Virgen de la Caridad dictara estas palabras y yo fuera un José María Vitier componiendo un Ave Santa Clara por Cuba.

Comentarios

  1. También ahí fui feliz, a menor escala en tiempo que tú, Luis, pero fui feliz...
    Mas, por esos designios de la existencia misma, uno debe (o tiene) que volver a este punto cero donde estamos ahora, con sus boquetes empedrados y palacetes voluptuosos, con sus soledades y las experiencias vivida a cuestas, al menos de forma transitoria, con la esperanza de conquistar nuevos horizontes.
    Preciosa crónica... Ánimos!
    Ya lo dijo Sabina, y lo cantó después Ana Belén: "al lugar donde has sido feliz
    no debieras tratar de volver. "

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    1. Bueno, nada hay que agregar a lo que dices, cualquiera de nosotros puede escribir una crónica de estas. Santa Clara nos adoptó y allí dejamos esas dosis de felicidad todos. Esa frase de Sabina: Cuán cierta caramba!!! Gracias Carlihnos por pasarte por aquí. Un beso y un abrazo.

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  2. me has devuelto muchas añoranzas. Yo este fin de año y este enero, lo que más he extrañado ha sido el teatro, la música, esas calles benditas que ya no tengo a diario.

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    1. Ojalá y devolverte esas añoranzas haya sido una manera de trarte de vuelta. Santa Clara es así, mágica. Gracias por pasarte por el blog. Besos.

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  3. Qué puedo decir?, tus palabras las hago mías... todavía me siento a escuchar a todo volumen las canciones de la Trovuntivitis, las de todos los jueves en el Mejunje... me viene el recuerdo de tantos amigos... allí también me enamoré, para que contarte a ti jajaja y creo que ha sido, hasta ahora, el lugar que más me ha enseñado, incluso más que Trinidad. Y sobre el fragmento de Sabina, Carli, muy, muy cierto!!!!

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    1. Yo creo que en esos 5 o más años allá todos nos enamoramos... y también de la ciudad. Mucho nos enseñé, a tí más que a mí, que la hiciste tuya desde mucho antes. Besotes. Te quiero mucho.

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