El cambio, la espera, las mentes

Barricada adentro, en el inframundo de los sucesos históricos que transcurren en Cuba a la velocidad de la luz, se libra una batalla de las ideas más profunda que la proclamada por el regreso del niño Elián. Una batalla de pensamiento, quiero decir, porque ahora más que nunca se confrontan en la cotidianidad unos con otros los ideales.

Pareciera como si un pluralismo crónico contagiara las ideas de la gente común en épocas de cambio. Todos y cada uno de nosotros tenemos una opinión formada de cómo queremos al país. Sí, porque en esto del cambio de mentalidades no hay que pensar solo en el viejo funcionario que mira a Cuba con una hoz y un martillo dibujado en las gafas, sino en cómo las mayorías interpretan el futuro que viene. En cómo lo queremos, dicho mejor.

Abogamos en primer lugar por la prosperidad económica, porque tras una crisis de los 90 no admitimos postergar más el desarrollo de este país, tan contraído... Y en medio de todo ello una crisis ideológica, de valores, de pensamiento, donde pugna el ideal tradicional de la Revolución Cubana por modificarse sin tener que vender sus principios.

Hoy más que nunca lo viejo y lo nuevo se miran a los ojos. Se desafían. Lo viejo porque impone una manera establecida como exitosa. Lo nuevo porque pretende demostrar su valía sin mucho terreno para volar. Sobre todo aquí, en esta porción de tierra en el Mar Caribe, donde las generaciones vienen muy marcadas por las diferencias de los contextos en que se desarrollaron.

La Internet, los nuevos medios, las crisis, nos han puesto frente a un espejo, acaso una cámara de alta definición donde no escapa ninguno de los poros de la piel de la nación. Y ya vemos cambios sustanciosos: Las relaciones Iglesia-Estado, el acceso a la información, las libertades individuales para el emprendimiento de negocios, la relación con los EE.UU.… Sin embargo, todavía quedan otras. ¿Cuándo Cuba se sumará a la lista de países que permite el matrimonio igualitario? Pregunto, por solo citar un ejemplo.

Una lista interminable de cambios se pudiera enumerar. Todos aportaríamos lo nuestro. Sin embargo, cada día parecen menos claros los puntos no modificables. Leyendo un reportaje en Juventud Rebelde, lo comprendí: la cuestión está en que para muchos el “buen cambio” viene amparado por la adopción de paradigmas capitalistas. Permitir el exceso de libertades individuales —la propiedad privada, el paradigma (y con esto no me opongo a las libertades individuales, su ausencia mella de la misma manera)— por encima de algunas libertades colectivas que son logros autóctonos, figuran en primera plana. Pero, ¿acaso este debate deberá estar solo en boca de los dirigentes?

En este juego el cambio viene cargado de todo tipo de significados y asumirlo pasa por muchas perspectivas, desde la aspiración a una Cuba mejor, hasta el oportunismo de unos cuantos. Porque aspirar a ello pasa por la óptica de los intereses personales, tan diversos y moldeables. Pongamos una metáfora, al más puro estilo bíblico:

Supongamos que en la sala de nuestra casa hay necesidad de mover una butaca antigua porque entorpece la posición de los nuevos equipos comprados por obra y gracia de las necesidades cotidianas. Una butaca que siempre ha estado a la izquierda ¿la pondremos ahora a la derecha?

Hay quienes, por supuesto, la quieren siempre a la misma izquierda. Como si el mundo fuera estático, inamovible. Pero hay quienes creen que siempre debió estar a la derecha.

Hay quienes saben que para mantenerse a la izquierda, tienen que moverla un poquito, como simulando que en la ventana del frente le va a entrar más la luz, que va a correr el aire. Se pone de acuerdo con otro, y la van moviendo, a regañadientes del abuelo que quiere dejarla en su lugar, con la sonrisa del otro que la ve acercarse a la derecha.

En este camino miran, desde el ingenuo que cree será esta la solución, hasta el vivaz que solo piensa en moverla un poquito… y poquito a poquito completa el trayecto al otro extremo. Y así, la disputa por mover la butaca se torna álgida, mientras pasa el tiempo y se olvidan que, al fin y al cabo, no hay espacio para lo principal: sentarse en ella.

Desde que Raúl Castro asumió definitivamente su mandato, uno tras otro se han sucedido cambios históricos en Cuba. Desde la apertura de líneas celulares para lo nacionales hasta el 17D, el país decidió dar saltos estructurales en todos los aspectos económicos, políticos y sociales y, montados en un controvertido tren de actualizaciones, viajamos rumbo al país del socialismo próspero y sostenible, un socialismo que aun no conocemos, pero confiamos en que sea mejor.

Pero lo más importante, en este transitar, lo dijo el propio mandatario cubano el 1 de agosto de 2011 en sesión ordinaria de la Asamblea Nacional del Poder Popular: “Sin cambiar la mentalidad no seremos capaces de acometer los cambios necesarios para garantizar la sostenibilidad”. Quizás ni él mismo vislumbró cuan complicado resulta.

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