Adiós no, hasta luego


La actriz cubana Alina Rodríguez se despidió de este mundo al finalizar el lunes 27 de julio. Foto: Yariel Valdés González
Noticias como esta me revelan siempre una cruel certeza: los peores titulares llegan en días tan hermosos como estos de fin de julio, cuando el sol calienta sin nubes y la brisa de verano aún refresca. Pero ahí está el titular en todos los medios, en las Redes Sociales, en la mirada triste de cada cubano que lo suelta: Alina Rodríguez, nuestra Justa, nuestra Carmela, nuestra Lala… ha muerto.

Apenas unas horas de que lamentara la noticia de su enfermedad se supo el veredicto definitivo. No hubo tiempo siquiera de una pequeña plegaria. Pero así son las cosas, digo yo, y hay que aceptarlas.

Lo cual no quiere decir que mucha gente no la llore demasiado hoy, o que ahora mismo yo no escriba con un nudo en la garganta. ¿Por qué tanto alboroto por alguien que, en lo personal, me es ajeno? Eso tienen las cosas del arte, del artista, del buen ser humano que lo entrega todo y se hace tan tuyo como los tuyos de siempre. Y así era ella, tan cercana, no se…

Hay un ademán tuyo, Alina, que me deslumbraba. Al hablar abrías demasiado los ojos, como si la sinceridad no te cupiera en el rostro y quisieras desbordarla. Como si esa sinceridad alcanzara tal grado de candidez en tus pupilas y decidiera salir a recordarnos el nivel de entrega que ponías en encarnar tus personajes del cine, la televisión y el teatro cubanos con una maestría, una profesionalidad, un oficio… que a uno lo hace enamorarse de ti inevitablemente.

Sí, Consuelito, Alina Rodríguez fue, es y será siempre “tronco” de actriz.

Ha muerto Alina, pero queda Justa, la matriarca de Silvestre Cañizo en la telenovela Tierra Brava, la del peinado alto que, con aquella sobriedad de mujer cubana le ponía la “justa” medida a los acontecimientos, un personaje que ha perdurado por los siglos de los siglos en el imaginario popular de esta Isla.

Se nos fue la actriz, sí, pero ganamos a la maestra de templanza y orgullo que se apresta a lanzarse de bruces contra los trenes de la burocracia por el porvenir de un niño que, sabe, merece más apoyo que fuerte disciplina. Carmela, la de Conducta, ya se clona en cada escuela cubana.

Y por siempre recordaremos a Lala, la simpatiquísima mujer de familia que en aquella dividida e incierta Cuba republicana, con un sueldo inalcanzable a fin de mes, quería comprar de todas formas un refrigerador para la casa. Y Lala logró vestirse de todos los avatares cotidianos de una mujer cubana en su hogar… Reímos desde el palco, o la casa, pero lo hicimos gracias a su aparición en ese clásico que es Contigo Pan y Cebolla…

Su tez oscura, y sus cabellos negros, serán recordados por siempre en las pantallas chicas. Y diremos: este personaje lo pudo encarnar mejor Alina. Y algún día contaremos que nuestro país tuvo una gran actriz que regalaba cubanía. Y tantas serán las referencias, que no es cursi ni manido decir que Alina Rodríguez vivirá demasiado tiempo en la gente de pueblo, y en las memorias del buen arte. Adiós no, hasta luego, que tú nunca fuiste señora de creer en despedidas…

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