28 de enero


Acostado en su cama, con los ojos cerrados y más despierto que nunca, el niño esperaba a que el timbre del despertador le anunciara a su madre que ya era hora de levantarse. Estaba cerca el momento, lo sentía y no podía evitar la emoción de creerse el protagonista de su propio cuento de hadas en aquella mañana del 28 de enero, por allá por los años 90.

Si era la parada martiana, o el desfile, o como quiera que le llamaran a aquellas dos horas de felicidad, a él no le importaba. Era su primer año vestido como mambí. Aquel mambí que luchó por la libertad de su país, aquel mambí bravío de la estirpe de los Maceo, aquel mambí que liberaba a Cuba de los panchos, aquel mambí de barbas anchas, sombrero de guano y polainas negras. Aquel mambí que le pegaba una dulce sonrisa en la cara.

En la calle, como por arte de magia, todo era La edad de oro. En la acera una Nené Traviesa que le pide agua su madre, al costado un Meñique que ya no cabe en la bota de su padre, al frente Bebé, junto a un señor Don Pomposo alto, gigante, que le dice como se debe portar esa mañana; detrás muchas Pilar, con sus aros de playa y sus zapaticos de rosa, y también héroes de la patria, y del campo, y otros mambises que se alistan a conquistar las calles de toda Cuba.

Y toda Cuba se vuelve Pepe Martí, cada 28 de enero. Y no solo el Martí luchador, gestor de la Guerra Necesaria; no solo el escritor de Nuestra América y el Ismaelillo. No solo el Martí del partido político y el periodista comprometido con su pluma. No solo el Marti de las frases aisladas y frías, usadas por los oportunistas ¿Cómo le pido a la piedra fría/ que diga urgentemente/ la frase conveniente?

Al cabo del tiempo, convertido en un joven de 24 años, aquel niño comprende que nuestro Apóstol también era un Apóstol hombre. Que era escuálido, flacucho, enfermizo. Que era amante. Que era nostálgico. Condenado a añorar su patria mientras veía el horizonte del mar en tierras extranjeras. Un Martí enamorado no solo de su esposa. Un Martí padre, un Martí orador, de verbo exquisito. Un Martí de una moral tan dulce y rígida a la vez, que no hay duda cuando todo un país se detiene a honrar su espíritu el día de su natalicio.

El niño, hoy, también ha visto cómo crecen los recursos y empequeñecen los ánimos. No entiende un desfile donde de vez en cuando salen a caminar Dora la exploradora, un Mickey Muse o un Pluto. Por eso, al margen de los tiempos que corren, se sumerge en sus recuerdos.

Y frente al papel en blanco, evoca los días cuando bien temprano se alistaba para encarnar cientos de personajes que ya había leído en un libro. Y esperaba el sonido de los tambores ¡Sh! Escucha, mamá. Ya viene la banda rítmica, los más grandes tocan el tambor y la trompeta. Mira que lindas las muchachas con la batuta. Ya está por terminar. Ahora hasta el año que viene. ¡Cómo era este Martí que tanta gente lo quiere, mamá!

Comentarios

  1. Buen trabajo. Te invitamos a que estés atento a nuestros cambios editoriales en internet para que puedas escribir en nuestra revista. (Saludos, Javier Piloto. editor)

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