Meñique


Meñique, la primera película cubana de animación 3D, entretiene. Aun con los defectos que la crítica especializada le señala, los niños cubanos pueden identificarse con la historia, divertirse. A los niños de hoy sí, pero yo que crecí en el Período Especial eso del adorno excesivo no me deslumbra y por eso busqué, en vano, la enseñanza que José Martí inmortalizó en las páginas de la revista La Edad de Oro.

Del Héroe Nacional hay muy poco en el filme. Recuerdo, de niño, haber leído repetidas veces la adaptación que el Apóstol hiciera del cuento Pulgarcito, original del francés de Laboulaye. El saber vale más que la fuerza, terminaba por aprehender y saborear en una de las historias más hermosas que nos contaran a los niños de América. Una historia de reyes y princesas, con un final feliz para el pobre campesino, que aun bajo los clichés decimonónicos supo llegar, a fuerza de entretenimiento y sermón inteligente, al corazón de tantas generaciones.

El suceso con el Gigante me fascinaba. En mi mente infantil me deslumbraba el hecho de que un minúsculo personaje venciera a otro, fantásticamente enorme, con sólo razonar en el preciso momento y yo, que no era tan ágil como Meñique, juré ser así algún día. De hecho, ahora que lo pienso, lo que más me gustaba era ese proceso de vencer al mal con la inteligencia.

Este Meñique del siglo XXI, proveniente de un contexto de colonia cubana, que vive cerca de una ciudad llamada Guanavana Vieja, no me recuerda en lo absoluto a aquel chiqutín ávido de conocimientos, preguntón hasta el hartazgo, lindo como una mujer. Este ni siquiera cabía en la bota de su padre.

El de ahora tuvo que compartir con otros personajes con iguales o superiores virtudes – algunos muy bien concebidos, vale decir–: unos instrumentos tremendamente simpáticos y honrados, y una princesa a lo Robin Hood que por poco se lleva el protagonismo del filme (más parecida a la Fiona de Shreck que a Cecilia Valdés).

Lo de Martí es demasiado cliché, habrán pensado los realizadores. O tal vez se dejaron llevar por la idea de una producción para el mercado de la animación, que a fin de cuentas no se podía llevar a cabo en territorio nacional sin la inserción de patrocinadores extranjeros. No es de extrañar que hayan exigido un corte más universal en el hilo dramático, o lo que es lo mismo, más acción y menos moraleja.

Por eso este Meñique adolece de Martí, y de sus intenciones tan románticas y modernistas, tan comprometidas con el bien. Pero Martí era de otros tiempos, de tiempos románticos y modernistas. Nuestros días, de puro existencialismo y enajenación, exigen concesiones con el mero entretenimiento. Tal vez por ese afán sea este el resultado, un filme feliz pero donde la lección parece ser otra. ¿Qué hacer ante la advertencia del cuento original?: “el que saque de este cuento otra lección mejor, vaya a contarlo a Roma”.

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