La batalla entre el mar y La Habana


Autos. Muchos autos. Gente. Mucha gente. Pasan y se detienen frente al semáforo. Caminan apresuradamente. Gritos en la parada de guaguas. Bulla. “¡Viene el Peee cuatrooooo!” Existe el aire, el sol y una vorágine que se escurre por todos los espacios del ICRT, del hotel Habana Libre, por el Pabellón Cuba, por la feria de artesanía… Baja por toda la calle 23, en el Vedado habanero, hasta que llega a la fuente del Hotel Nacional como para descansar un rato de tanto tumulto.

Pero cuando avanza hasta el malecón se desvanece, no porque haya exactamente paz, pero sí una especie de quietud ajena a las calles capitalinas.

Por eso la gente prefiere el malecón para aliviar la premura de la vida. El mar allí limpia el pensamiento sin tener uno que mojarse siquiera. Como si el tiempo entre ambas partes no fuera el mismo. En las calles de un lado parece ir muy aprisa. En los muros salinizados se detiene todo. El pueblo olvida, vive, y en ese vivir ignora el agua. Entonces uno se percata de que entre el mar y la ciudad se libra una cruenta batalla de todos los días.


Al caminar en pleno día la gente se cansa del sol porque quema demasiado. En este punto ni el agua, ni el ser cubano, conviven. Pero cuando llega la tarde –aun más ahora, en otoño– todos se vuelcan hasta los muros; pueblo y agua establecen una relación indefinida, pero portentosa. Ahora nos queremos sentir mejor que nunca. Hay personas, parejas, grupos.

El mar observa. Y hasta regala sus bondades. Poco le importan las tendencia humanas: la mulata (y el mulato) con el viejo blanco, el travesti, la multitud de niños con careta de humildes que…, el grupo de amigos procedentes del interior del país. Vienen pescadores, enamorados, personas que encuentran musas en la brisa marina – para escribir un post, tal vez –. Entonces a uno la miseria de La Habana se le vuelve como de un acorde de jazz, de rock, de nueva trova: Habana, Habana, si bastara una canción,/ para devolverte todo lo que el tiempo te quitó…

El mar observa, otra vez. Y mientras avanza el crepúsculo la vorágine de La Habana se le viene encima. Una avalancha de gente le perturba tanta paz. Él recuerda tantos años de maltrato, ese olor a polución de sus aguas muestran tal sufrimiento y los desperdicios que arrojamos tienden a ser interminables: latas, jabas, botellas, gente sin nadie que le diga que quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra.

Entonces, sin avisar siquiera, cuando pasan las 9 de la noche las aguas comienzan a amenazar con entrar a las calles capitalinas. La gente le teme, y se aleja de los lugares por donde moja. Ellos los saben. No son pocas las veces en que las han visto tocar a la puerta como para cobrar tanto que le han quitado. Pero hoy no basta el viento y las olas no pueden más que amenazar. Por ahora el pueblo gana.

O al menos eso creen, porque entre tanta guerra de ambas partes, existe ese mar que casi nadie ha podido atravesar, un mar que nos recuerda esta condición de isleños y parece decir: este es tu destino, quedarte detrás de estas aguas tormentosas… A la gente no le queda otra que regresar a la misma vorágine de siempre: Autos. Muchos autos. Gente. Mucha gente. Pasan y se detienen frente al semáforo. Caminan apresuradamente…

Comentarios

  1. jajaja.... qué diferente sería si vinieras a Santiago de CUba, me gustaría saber, o quizás no, qué escribirías jajaja... muy buen retrato de ese pedacito de La Habana, que sin embargo parece gigante.

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    1. Bueno, créeme que estoy loco por volver a Santiago de Cuba, me encanta, y créeme que le voy a dedicar un buen post en este blog, déjame la sorpresa para ver cómo es eso por allá. La habana igual encanta por tanto que tiene.

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    2. oye te saltaste el post del jueves 19, qué poca seriedad...!!!!!!!! jajaja

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  2. Hola Piedras... estuve por aquí y por supuesto añoré La Habana. Muy lindo el escrito.

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  3. La Habana siempre seduce, Luis Orlando... Pero yo añoro tanto mi Violeta... Un abrazo grande...

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    1. Eso pasa cuando llevas mucho tiempo fuera del pueblo natal... pero desde la lejanía, créeme que La Habana seduce y mucho, claro, lo lindo de los otros pueblos nos toca buscarlo a nosotros, que está, de eso no hay dudas tampoco. Un abrazo

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  4. Me encantó, Luis Orlando. Estuve allí a través de tus palabras.
    Saludos!!

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    1. Gracias Mayra, me llena de regocijo, saber que logré pintarte bien nuestra capital. Saludos!!!

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