San Pedro, pueblo de tierra

 

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Dicen que en Trinidad el espíritu romántico de la primera mitad del siglo XIX ha traspasado épocas, como la intrépida Orlando de Virginia Woolf. Los turistas que solían venir a esta tierra del centro sur cubano —o los que aún se cuelan a pesar de las cuarentenas, de los precios de aviones y del peligro— buscaban ese instante de época que se resiste a ir.

Pero ese romanticismo no termina en los límites del centro histórico, sino que se expande hacia los confines del Valle de los Ingenios, en una comunidad con nombre de santo cristiano y espíritu pagano. Uno se desvía hacia la derecha por un punto en la carretera a Sancti Spíritus y comienza a sentir que todo transcurre con más lentitud: en los caminos agujereados que retan las gomas de la guagua, en los campos de caña de azúcar que ya no muelen acá, en la maleza de marabúes que brotan en tierras ociosas… el tiempo parece detenerse.

Llegamos a San Pedro, un pueblo que también podría llamarse Parsimonia.

Allí, al final de un terraplén agreste, hemos desembarcado una veintena de personas. Para noviembre de 2021, esta comunidad será subsede del Seminario Iberoamericano de Arquitectura y Construcción con Tierra (20 SIACOT). San Pedro epicentro, de vuelta a la vida, despertando también para el turismo.

El poblado tiene apenas unos 1500 habitantes repartidos en unas 190 manzanas. A primera vista, es una comunidad como otra cualquiera. Tiene parque donde sentarse a refrescar el calor, un círculo social que acoge cualquier evento de interés público, la escuelita, el merendero… Los caminos, que extrañan el asfalto, resaltan la esencia rural del poblado. La humildad se hace presente, primero, en el aspecto descuidado de los pobladores, descendientes de colonos europeos y de africanos libertos; y luego en la cal que blanquea las paredes de las casas o en los postes eléctricos de palo recién cortado.


Pero lo que distingue de veras a San Pedro es su legado patrimonial. El efecto de congelamiento temporal ha sido tan fuerte que allí se conservan expresiones genuinas de la arquitectura vernácula; y otras artesanales. Hace mucho que la agricultura no es de lo que más habla la gente, pero a cualquiera a quien preguntes, sabe responder con exactitud cómo se hace una casa de embarro. Ahí, en esa masa compacta de tierra, yerbas y madera que sostiene cada vivienda, habita el espíritu de la comunidad.

¿Qué cosa es el embarro o embarrado?

Lo primero que hay que saber de la arquitectura trinitaria es que tiene un basamento vernáculo. Hasta las grandes mansiones decimonónicas —símbolos del periodo romántico con influencias del mudejarismo español— fueron, en primer lugar, soluciones locales a necesidades constructivas en plena conformación de la identidad nacional cubana.

La mampostería en Trinidad sustituyó al barro cuando la ciudad se urbanizaba bajo el influjo del boom azucarero que tuvo lugar entre 1820 y poco después de 1850. San Pedro, a diferencia de la villa cabecera, nació para quedarse inerte. Desde el siglo XIX, cuando se tiene noticia de las primeras familias en esa zona, sus habitantes ya construían las casas tal cual lo hacen hoy.

Según la investigación de la Arq. Nancy Benítez Vázquez titulada San pedro, exponente de la arquitectura popular de tierra, el sistema constructivo de «embarro o embarrado», que recibe el nombre por referencias documentales de antaño —y que puede denominarse de diferentes maneras según la región— ha sufrido pocas modificaciones a pesar de haber perdurado durante siglos.

Intentemos explicar la técnica.

Las casas son pequeñas, de una sola planta y están construidas con estructuras de horcones y «parales», según la literatura especializada. Estas estructuras son empotradas en el suelo como soporte para el techo de madera y tejas, y reciben un entramado de «cujes» y barro que componen las paredes. Las maderas usadas con más frecuencia tienden a ser las más fuertes. Los lugareños responderían con nombres difíciles de recordar: «yuraguana, cuyá, mangle, guarate».

El embarro es una masa de arena y arcilla que «al humedecerse permite la plasticidad y la adherencia». Es tierra mezclada con hierba y agua, que «luego de ser amasada lo suficiente, proporcionará una masa compacta (…) la cual será colocada dentro de la estructura (ubicada a manera de) "cajón" hasta ir cubriendo todo el entramado», sentencia en su investigación Benítez Vázquez.

La descripción es difícil de entender, pero Irma Polo Sámara, una técnica en restauración de barro con más de 20 años de experiencia, lo hace más fácil. A pleno mediodía, ella sale de su casa para averiguar por el grupo de personas que ha alborotado la calma característica de San Pedro. Llega vestida como es costumbre por esos lares: blusa de tirantes resistente al calor, licra ajada y chancletas gastadas por las piedras. Ella camina por la calle como si San Pedro todo fuera una misma casa.

Irma estudió en la Escuela de Oficios de Restauración para obtener su título, pero lo que sabe ya se lo había enseñado su padre, desde muy chiquita, cuando ella y sus hermanos tuvieron que construir su propia casa: «nosotros somos del campo, aquí lo que sobra es tierra y yerba, con eso basta», le habían repetido muchas veces.

A la derecha, Irma explica cómo hacer una casa de embarro.

—Eso no es difícil chico —me dice con familiaridad.

—Es difícil de entender cuando lo lees en un documento a secas.

—Te explico: lo primero es recolectar la tierra y hacer una “pisa”, o sea una mezcla, que es igual que la de cemento, pero hecha de tierra, agua y yerba. Después se hacen los mojones con la tierra y la yerba incluida.

—¿los mojones? —pregunto con picardía, porque en Cuba esa palabra normalmente hace referencia a las heces fecales. Es un término lo mismo desagradable que jocoso.

—Sí, un mojón —enfatiza— La palabra es fea, pero es la que va. Así le decimos nosotros —Ríe. —«Es como como un ladrillo que se hace con esa mezcla material, de forma redonda, que se pone dentro de los “cujes” (la madera que sirve de sostén), con los que se levantan las paredes. Finalmente se repellan con un fino (una mezcla más suave de tierra), relleno de pedacitos pequeñitos de yerba. Aquí lleva más yerba para que la pared cuando se seque no cuartee mucho. Luego la pintura».

Diosdado, octogenáreo, exhibe con orgullo su casa de embarro construida en 1857.

De esta manera brotan por el poblado decenas de casitas pintorescas. La técnica no solo resulta una expresión del patrimonio material de esta comunidad del Valle de los Ingenios, sino que además abre un camino a futuras soluciones constructivas en momentos en los que la Isla lidia con el deterioro del fondo habitacional y en que la innovación sostenible, limpia y económica resulta apremiante.

La arquitecta uruguaya Rosario Etchebarne declaró al periódico español El Mundo que la arquitectura con tierra intenta «volver a adoptar patrones culturales de antes, pero desde una visión contemporánea», que permite «incorporar tecnología amigable con el medio ambiente en las viviendas». Ella es integrante de la Red Iberoamericana Proterra, organización que promueve las ventajas de estas técnicas constructivas: la tierra como material inocuo y reciclable, su economía, su funcionalidad arquitectónica, su durabilidad, su valor medioambiental.

La red Proterra es la que auspicia el evento que promete acelerar los relojes de San Pedro para siempre.

Como sampedrero

Después del mediodía, con un calor abrazador atípico para el mes de enero, salimos a caminar varias de las callejuelas de San Pedro. Se hacía un dictamen de las deficiencias constructivas, pues la Oficina del Conservador de la Ciudad de Trinidad y el Valle de los Ingenios mantiene un programa de subsidios para la reparación de casas de embarro a personas con necesidad de recursos. Todos conocen la acción de esta institución y, por eso, cuando ven a los arquitectos e ingenieros midiendo, calculando, anotando… saben que algo bueno va suceder.

Unielvys Socarrás, beneficiario del programa, se posiciona a un costado de la puerta de su casa. Es un rubio curtido por el sol de la pesca, pero de pocas —muy pocas— palabras, que accedió a documentar su felicidad con entusiasmo de niño: hace apenas unos días terminó de reparar su vivienda de embarro con las propias manos, y la de unos albañiles que contrató con el dinero —y el proyecto— de la Oficina.

Seguimos avanzando, esta vez en busca de resolver asuntos más personales. Como estamos en el campo, suponemos que los productos agrícolas sean más fáciles de encontrar. Y más baratos. Pero en San Pedro la palabra crisis ya se entendía antes que en cualquier otro lugar de Cuba. «Es la “seca”, que está muy mala», me advierte Juana Sábana Rodríguez, una anciana de 74 años que accedió a prestar su baño.

Juana también es patrimonio inmaterial del poblado, y hace mucho que perdió su nombre de pila para ser simplemente Nena, la sampedrera, la que le daba de comer a los tramoyistas de los aparatos de juegos en tiempos de parranda, la que hacía carbón para vender, y escobas de guano, y sembraba cebolla, yuca y plátano en los 70 y volvía a casa montada en una carreta desde Palmarito. «Pero la seca está mala, hijo —reitera —lo que queda aquí es producir carbón; y la pesca».

Nos fuimos con las manos vacías. No había mucho que comprar.

Nena, la sampedrera.

—Nena ¿qué se hace un día cualquiera aquí en San Pedro?

—Tomar ron, buscar el pan. Vender escobas y cepillos. Todos los días nos levantamos tempranito, hacemos la cola de la guagua o la del pan, nos vamos para el trabajo o para la escuela, regresamos a comprar una merienda y pa´ la casa al final. Y te digo algo, hace falta opciones de recreación, sobre todo pa´ la juventud.

El tema de la recreación ha sido un punto álgido para muchos poblados rurales, que han esperado durante años que proyectos de organizaciones gubernamentales reanimen el entretenimiento. Esta comunidad del municipio de Trinidad, cuya ciudad principal es un referente de la industria del ocio, ha visto desaparecer muchas de sus fiestas. La pandemia no ayuda.

«Aquí las parrandas eran tan buenas como las de Remedios o las de Guayos, pero imagínate, con el Periodo Especial, muchas de esas cosas se perdieron», se lamenta Juan Raúl Socarras Medina, representante del Consejo Popular y cooperante del proyecto de reanimación cultural que ofrece el evento SIACOT. La buena noticia, hasta ahora, es que San Pedro cuenta con un plan para resurgir como ave fénix, plan que espera cuajar cuando más de una centena de especialistas acudan a los talleres del evento internacional el próximo noviembre. San Pedro parece estarse gestando.


Las fiestas que se van a rescatar fueron fundadas sobre conceptos religiosos. El poblado obtuvo su categoría de asentamiento cuando una antigua ermita fue consagrada con la estatua del santo patrón. Casi dos siglos después, la figura sigue intacta, custodiada por una familia, y alimenta las conmemoraciones populares del 3 de mayo, inicio de la primavera, conocida como La Cruz de Mayo, y la del 29 de junio, día de la procesión. Un poco de cerveza, música y un improvisado parque de diversiones: eso les basta.

«Aquí viene gente de todo el Valle, de Trinidad, de Sancti Spíritus, y hasta de Ciego de Ávila. Pero con la pandemia no se ha podido celebrar más, aunque es una tradición grande. Y aquí donde usted me ve, esta señora es la que apoya con todo, para los bailes, y para la comida de los terneros y hasta de la PNR ¡Que ganas tengo de volver a celebrar!», rememora Nena.

— ¿Es muy religiosa la gente aquí?, pregunto

— Sí, pero no tanto como antes. Por ejemplo, en la casa de San Pedro ya no se reúnen muchas personas como años atrás. En las fiestas sí, claro. Es que la gente practica varias cosas. Yo soy católica, por ejemplo, y creo en to´, más en el patrón del pueblo.

«El San Pedro lo heredé de mi papá, que murió con 99 años» así me recibió Bienvenida Imelda Calderón, la mujer que custodia la efigie y es deudora de una tradición que su familia ha asumido ininterrumpidamente durante varias generaciones. «Mi familia es como esta casa: fuerte y resistente», declara señalando los muros de tierra de un inmueble que parece, por momentos, cansado.

«Esta es la casa del pueblo, la que acoge a todo el mundo. Cuando hay ciclón esto se llena. Aguantamos el Irma, el María, estas casas de embarro soportan muy bien. Y la gente se siente protegida por el santo y a nosotros nos gusta ayudar a la gente, a los visitantes, a los vecinos. Todos», sentencia Imelda y esta vez sostiene con pasión la mano de su nieto, como la manecilla de un reloj que no quiere detenerse.


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