¿Cómo ser gay en Cuba e ir a la Iglesia Católica?

El Papa Francisco, un poco más tolerante que su predecesor, prefiere que los homosexuales acudan a la confesión, que estén cerca del Señor. ¿Se puede ser gay y querer a la Iglesia Católica? Pedro Pablo Echerri Ruiz está orgulloso de serlo y de ir a misa cada domingo.

Fotos: Carlos Luis Sotolongo Puig

Pedro Pablo tenía un mes y medio de vida, en 1949, cuando recibió el bautizo en la Iglesia Parroquial Mayor de Trinidad. A los 8 años tomó su primera comunión y a los 14 tuvo su primer novio. Un poco después de recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, antes del primer beso con otro varón, Pedro Pablo se dio cuenta que miraba a sus amiguitos con ojos de deseo infantil. “No a todos”, siente la necesidad de aclarar ante el prejuicio de los “perversos”.

“Yo fui muy precoz en esa cosa”, dice hoy, en su casa de Trinidad, recostado sobre una mesa antigua, en el comedor, con la pierna izquierda —aquejada de tres úlceras— en el respaldo de una silla.

Pedro Pablo vivió sus primeras exploraciones sexuales en las noches de jugarretas por el vecindario, poco antes de 1959, cuando Trinidad, a consecuencia del fracaso de la industria azucarera, atravesaba una época de abandono económico. Esto sucedía antes de que el Estado y la Iglesia se separaran.

El triunfo de la Revolución, en enero de ese año, tensó las relaciones entre Iglesia Católica y Gobierno. Aun así, la fe de los Echerri Ruiz se mantuvo tan inamovible como la figura de San José que ha custodiado la familia por casi un siglo. Esos primeros años revolucionarios fueron la antesala machista que provocó, después, la reclusión de homosexuales en campos de trabajo correctivos. La gente comenzó a ver al niño cada vez más pintoresco, más delicado y “especial”.

— ¿Tú no lo ves un poco flojito? —le preguntó una amiga a su tía.

—Es único hijo y ha sido sobreprotegido desde chiquito —respondió ella, un poco avergonzada. Pedro Pablo escuchó el diálogo desde las escaleras de su antigua casa.

En ese tiempo la familia le redujo el nombre a las iniciales: PePé. Pedro Pablo creía que ese apodo era más fresco, “más apropiado para un chico delgado, risueño y alegre”. Nadie lo cuestionó. Nadie le dijo que no adorara a Cristo. Nadie le ordenó: no vengas a la iglesia, no seas tú. Esta historia no es la típica historia de una familia que hostiga a su hijo por salirse de la normalidad estereotipada.

Sobreprotegido por la discreción, ni la fe ni sus preferencias sexuales le trajeron nunca problemas con el Gobierno Cubano. Eran los años 60, cuando se sucedía el concilio de Vaticano II para “lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles y adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de los tiempos corrientes”.

La institución de la Iglesia Católica, por mucho que muestre posturas reacias a la homosexualidad, ha reblandecido su tratamiento diario hacia las personas gais en la Isla. Al menos las iglesias de Trinidad se han vuelto más “tolerantes”. “Es usual ver homosexuales plenos en los bancos de las misas dominicales”, asegura PePé.




Dictámenes doctrinales de la Iglesia

El Catecismo de la Iglesia Católica, con eje en la Catedral de San Pedro en Roma, especifica que “la Tradición ha declarado siempre que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso”.

Sin embargo, la propia tradición de la iglesia ha tenido que lidiar con el amplio reconocimiento de los derechos de la comunidad LGBTI+. Así, por muy inaceptable que parezca, la iglesia ha reconocido en el propio Catecismo que “un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas (…) Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, con respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta (…) Pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana”.

Hoy día, los jóvenes comienzan a ver el fenómeno más normal. La joven católica María Teresa Menéndez Pérez, criada en las filas de la misma comunidad que PePé, valora la homosexualidad como un asunto al que ni siquiera hay que prestarle demasiada atención: “Yo tengo muchos amigos y compañeros de iglesia que son gais. Son gente muy buena, mejores que cualquier otro católico. Con ellos voy hasta el fin del mundo”.

Agustín —seudónimo de un católico gay de Santa Clara— es muy activo en el movimiento cultural y social de su comunidad, graduado de Psicología, seguido y apreciado por laicos y sacerdotes. Él afirma: “En el cristianismo hay tres posturas claras y básicas frente a la homosexualidad. Están las iglesias que no la aceptan, las que sí y las que tienen un criterio pastoral para los homosexuales. La iglesia católica cubana quizás esté en el tercero de estos”.

En la actualidad, la visión del pontificado de Francisco es diferente a la de sus predecesores. El Papa plantea que, sin dejar de cumplir el Magisterio de la Iglesia, no puede primar la cultura del descarte y alude a que todos somos raza divina, como dice San Pablo en una de sus cartas.

En una conferencia de prensa, en junio de 2016, Francisco expresó una de las ideas más replicadas por sus defensores: “Creo que la Iglesia no sólo debe pedir disculpas a una persona homosexual que ofendió, sino que hay que pedir perdón a los pobres, a las mujeres que han sido explotadas, a los niños obligados a trabajar, pedir perdón por haber bendecido tantas armas”.

Para el sociólogo y profesor de la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas, Alejandro Satorre Morales, otro católico con una labor activa en su comunidad, la posición de la iglesia le debe esa postura a su tradición patriarcal, basada en la doctrina judeocristiana: “recordemos que el Génesis es también un drama sobre la creación de los sexos y la sexualidad. Hombre y mujer. Por tanto, no podemos esperar que se plantee otra cosa”. La aceptación del ser humano, “a pesar de ser homosexual”, por parte de la iglesia, solo denota un muy leve acomodamiento a los tiempos modernos. Todavía, en el seno de la iglesia católica prima la cero tolerancia por el reconocimiento de la diversidad de géneros, el derecho a la adopción y el matrimonio igualitario.

El caso cubano

La Iglesia Católica en Cuba, aunque no tiene los mismos poderes de decisión que en otras regiones —malas relaciones con el Gobierno han caracterizado su devenir durante la Revolución— continúa como una de las religiones masivas del país. Su opinión cuenta. En 2011, desde la revista de la Arquidiócesis de La Habana “Palabra Nueva”, el clero cubano pidió a sus fieles emprender una cruzada contra propuestas que abogasen por incluir en las leyes cubanas medidas a favor de la comunidad gay.

Sobre el matrimonio igualitario, por ejemplo, el otrora cardenal (fallecido recientemente) cubano Jaime Ortega llegó a expresar que darles estatus legal significaría “reconocer un comportamiento desviado y convertirlo en modelo” con lo cual “se ofuscarían valores de la humanidad”.

Gustavo Andújar, presidente de la Asociación Católica Mundial por la Comunicación (SIGNIS) y director del Centro Cultural Padre Félix Valera, en 2016 durante una entrevista concedida a Religión Confidencial, apoyó las estrategias de oposición al impulso de estas políticas. Además, dijo que en el cine cubano se sobredimensiona el tema: “cuando uno mira la realidad cubana encuentra otros conflictos igualmente serios, que afectan a una proporción muchísimo mayor de la población, y no se abordan ni remotamente con similar frecuencia”.


Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig para Tremenda Nota
Frente al espejo

A las 11 y 30 de la mañana, PePé espera el almuerzo que le trae su vecina Vicky. Abre una botella de refresco TuKola y un paquete de galletas dulces “de la shopping”. Se mira la barriga que sobresale debajo de una camiseta blanca, se toca las arrugas, se acomoda el pie con un gesto balsámico. Pero disfruta del aperitivo mientras observa su casa, sin lujos. PePé cuenta con las comodidades que un hombre solo, sin familia, puede tener cuando ha cumplido 69 años.

Tras morir sus padres, el hijo único quedó a merced de primos demasiado imbuidos en sus propios problemas cotidianos. Así que firmó un testamento donde dispone que su casa, con todos sus bienes, serán traspasados al hijo de su vecina, a cambio de recibir la atención que, seguramente, necesitará.

“De esto mismo murió mi mamá, pobrecita, de la pésima circulación. Pero, bueno, a ella le dio muy mayor”, se consuela.

La religión se basa, decía Bertrand Russell, principalmente en el miedo y en el deseo de sentir que se tiene un hermano mayor que va a defenderlo a uno en todos sus problemas y disputas: “el miedo es la base de todo: el miedo a lo misterioso, el miedo a la derrota, el miedo a la muerte”. El miedo a la soledad.

—¿Tú nunca has tenido pareja?

— ¡Por supuesto! Tres relaciones duraderas he tenido. Pero no puedo hablar mucho de ellos porque dos han sido casados y uno nunca ha querido salir del clóset. Con el primero duré siete años, con el segundo cinco y con el de ahora ya son ocho años… Pero no estoy interesado en convivir con nadie. ¡Qué va! Eso trae problemas. Siempre me he conformado con encuentros de seis u ocho horas y después cada uno se va para su casa.

PePé se confiesa dos veces al año, en Navidad y en Semana Santa, y nunca ha dejado de comulgar. En esas confesiones de rutina, él ha admitido su condición de homosexual a los sacerdotes. Ellos le han respondido —y aquí viene lo más sorprendente— que no se prive de la comunión. “Al menos mientras no prostituya mi cuerpo, mientras no sea promiscuo y me mantenga con una pareja, no tengo por qué autoflagelarme”, cuenta.

Entonces comienza un regodeo en los recuerdos: dice que actuaba en un grupo de teatro, que cantaba el sexto Dolor de la Virgen María y apoyaba en la coordinación para importar las telas que hoy visten a la mayoría de los santos del templo.

PePé acudía a las lecciones del catecismo como mismo aprendía a tocar las castañuelas. Desde 1993 era público fijo en los primeros shows de transformismo que acontecían en el poblado pesquero de Casilda, al sur de Trinidad. Y solo una vez —dice—, sintió el temor del reproche de su familia y su comunidad, cuando le contaron de un chico expulsado de su casa por ser gay.

Desde entonces se ha trazado varias metas. Una, que los horarios entre los shows de transformismo y las actividades de la iglesia no debían coincidir; dos, que no se mezclaría demasiado con los transformistas, para evitar cuestionamientos; tres, que jamás se involucraría con nadie de la comunidad católica para que no le fueran a señalar con el dedo diciéndole “tú estuviste con mi hijo o con mi sobrino… Incluso, aunque me hayan llamado la atención físicamente algunas personas, jamás me acerqué”, confiesa PePé.

—¿Ningún sacerdote o religioso te ha recriminado (o discriminado) por tus formas?

—Uno solo. No me lo dijo nunca. Pero en la forma de tratarme sí se notaba. En seis años que estuvo aquí yo me vi muy limitado en mis actividades sobre todo en la ornamentación. Porque veía que a él no le gustaba mi forma de ser. Era el padre Domingo Romero. Yo hasta comenté que no le caía bien y la gente me decía que eran ideas mías. Pero sus respuestas eran duras. Me toleraba, pero era como por compromiso. Los de ahora no, nunca.

Cuando termina de charlar conmigo, PePé se levanta lento y se acicala para no “salir con cara de enfermo” en ninguna fotografía. Antes de ponerse un pulóver, antes de lavarse la cara, antes de perfumarse PePé pregunta dónde va a salir publicada su historia. No le gustaría que los curas ni sus compañeros de banco en las misas llegaran a leer sus últimas confesiones.

*Este artículo fue publicado originalmente en la revista cubana Tremenda Nota
** fue reproducido por el diario colombiano El Espectador

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