Viajar en motoneta por Santa Clara

Fotos: Alejandro de la Torre
Al viejo Ricardo Suárez no le pareció sorpresa la aparición de las primeras “motonetas” en Santa Clara, esa suerte de triciclo veloz que ha venido a aliviar el transporte público de la ciudad, como en ningún otro lugar de Cuba. A sus 82 años ya ningún invento nacional lo despabila. Desde la crisis de los noventa, el eufemístico “Período Especial”, Ricardo ha visto de todo.

“Ahora resulta que una motoneta es un invento divino. Y yo que hasta hace poco creí que eran los moños de una colegiala”, bromea.

De vez en cuando Suárez se monta en una, sobre todo cuando necesita ir al hospital a hacerse sus chequeos de rutina. “Son hasta sabrosas, uno va cogiendo fresco en el camino y llegas bastante rápido sin hacer mucha cola ni nada. Si tienes el dinero hasta la puedes alquilar”, dice.

La motoneta es una motocicleta adaptada. Es la transformación de la clásica moto convencional a un triciclo con “cama”, asientos y velocidad. El motor puede ser, fundamentalmente, de auto Lada o de Peugeot. Pueden tener tres o cuatro ruedas. Eso sí, corren rápido. Una suerte de mezcla entre Frankestein y los robots Transformer que, sin avisar, han poblado las calles de la ciudad para demostrarle a la gente que una alternativa al transporte público, siempre es posible cuando es necesaria.



Esta modalidad de transporte es viable y rentable. Así lo creen varios choferes que a diario recorren las carreteras transportando decenas de pasajeros por horas. Aunque se sabe de la existencia de semejantes equipos en otras ciudades de la región, Santa Clara parece ser la meca de este negocio: circulan unos 178 “motoneteros”, según información ofrecida por Raquel López Hernández, especialista en registro de contribuyente de la Oficina Nacional de Administración Tributaria, en Villa Clara.

Ulises Risco Morejón es uno de los que ha decidido consagrar sus días, y la economía familiar, al manejo de la motoneta. Vino desde Aguada de Pasajeros, Cienfuegos, a la otrora capital de Las Villas para cursar estudios en la carrera de Ingeniería Civil. Pero la necesidad económica y el embarazo repentino de su novia lo llevaron por los rumbos del trabajo por cuenta propia.

“Hasta ahora me va bien. Logré sacarle los gastos y hacer ganancias. Pero hay que trabajar mucho. Yo puedo hacer entre 500 y 600 pesos diarios, pero ese soy yo que no tengo mucho aguante. Otros que trabajan hasta tarde en la noche pasan los mil pesos”.

—¿Cuáles son los principales gastos?, pregunto

—“Este tampoco es un negocio para hacerse rico. En primer lugar se pagan 30 pesos de alquilar de piquera, para poder parquearte en la salida de la ruta que hagas. Además hay que abonar 450 pesos de patente a la ONAT, 87 de seguro social y el 10 por ciento de la ganancia. Eso sin contar cuando se rompe. Y a estos tarecos hay que hacerle algo todos los meses”.

“La mía —refiere Ulises— la mandé a hacer con una moto soviética marca Ural. Le busqué un diferencial de Lada, para las ruedas de atrás, y un mecánico especializado me diseñó la “cama”. Para esto último hay que buscar vigas, tubos, angulares, bancos de madera, entre otras cosas. Al final me salió como en 35 mil pesos cubanos”.


Legalizar estas creaciones lleva un amplio proceso. Primero pedir la autorización a la dirección provincial de Transporte para un traspaso de vehículo trici-paseo a trici-carga. Una vez hecha, en la misma dirección evalúan el invento y redactan la autorización para registrarlo.

“Luego vas y la pasas por el somatón, para verificar que su estado técnico es óptimo. La llevas a Registro de Vehículo para que le den entrada legal. Un segundo somatón es necesario para sacar la licencia operativa en Tránsito. Ya el paso final es ir a la ONAT para sacar la patente de carga de pasaje (tanto personas como equipaje)”, nos dice Alexis Fariñas desde la asiento delantero de su moto.

De lo anterior da fe también Wilfredo Baez Valerón, uno de los veteranos en el piquete de choferes de motonetas santaclareñas. Se les puede ver en la esquina de la Iglesia de Buen Viaje, al lado del Coppelia, por el parque Vidal.


La ley de oferta y demanda es la que rige los precios, como todo el transporte de pasaje privado. Tramos cortos dentro de la ciudad suelen ser de 3 pesos moneda nacional. En las rutas más largas apuestan por los 5 pesos. “Hay ocasiones en que la demanda baja, sobre todo de noche, y para asegurar el carga completa cobramos 10 pesos”, asegura Ulises.

“La gente de a pie no siempre puede con eso”, dice José Ángel Martínez Benítez, estudiante de la Universidad Central Marta Abreu de las Villas (UCLV), hacia donde corre una de las rutas principales.

“Podrán aliviar el transporte, pero los precios no acompañan. Cuestan cinco pesos vayas hasta donde vayas, así sean tres cuadras. Al menos yo, que recibo 20 pesos diarios para gastos personales, no puedo permitirme gastar la mitad en viajes”, se queja.

“Sí, es cierto que son caras. Pero a veces son preferibles a la odisea del transporte público. Unas veces porque la guagua no llega y necesitas estar temprano en el trabajo. Otras porque una se cansa de tener que ir apretujada, sudada, recibiendo los olores de la gente. Y dices: ¡bah! Me gasto los 5 pesos”, opina Daylín Herrera, profesora de la Universidad Central.


A Virginia Caballero, una santaclareña acostumbrada a las guaguas, no le gustan demasiado las motonetas “porque van como volando, demasiado rápido. Y los precios son contradictorios con el salario. El otro día llevaba a mi niña al hospital y fuimos a coger una. Cuando la paramos el chofer nos dijo que 20 pesos por cada una. Le dije: pues me voy a pie”.

La alta velocidad a la que se desplazan estos aparatos hace temer a más de un pasajero. Pero hasta ahora la ocurrencia de accidentes es más frecuente en las leyendas urbanas que en hechos específicos. El capitán Víctor Rodríguez Pérez, jefe de tránsito en Villa Clara, ha asegurado a la prensa local que hasta ahora las motonetas no son de los vehículos más relacionados con la accidentalidad. En el 2015 se han reportaron 152 accidentes relacionados con motocicletas, pero las estadísticas no distinguen en el tipo de vehículo, y las motonetas son aquí un elemento más.

Lo que sí sabe la gente es que hasta hace unos años pretender moverse por esta ciudad cubana era como enfrentarse a una aventura en la que no se sabía nunca su final. Por ello prefieren verlas, así, con esa fisonomía de robot rústico. La motoneta es, si se quiere, un símbolo de los nuevos tiempos. La iconografía de la Cuba que vivimos, donde el cuentapropismo se abre paso por las amplias carreteras de la economía nacional.

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