¿Dónde chifló el mono?

En la Comunidad de Braulio Coroneaux, cuando el frío acecha, los habitantes saben cómo y por qué “chifló el mono”. Y cuando pasan los días y se escucha esa frase tan peculiar de los cubanos, hacen como la vieja María Esperanza, que mira los primates que viven en la jaula del parque central, con los ojos de quien preserva esa frase como una tradición oriunda de esos contornos.

Hasta los periódicos repiten la misma interjección en sus titulares, sin apreciar que la sentencia pertenece al patrimonio inmaterial de este terruño de esencia rural, en pleno campo de Cifuentes, Villa Clara, donde los pobladores cada día cuidan su patrimonio con un amor inusitado

Durante el siglo XIX, este asentamiento no llevaba el nombre de un combatiente de la clandestinidad, sino que era un Ingenio bautizado bajo la égida del árbol de Macagua, abundante en la zona, cuando poderosos terratenientes controlaban el amplio negocio del azúcar. O al menos eso refiere Sergio Curbelo, quien desde la actual Casa del Trabajador Agropecuario –suerte de Meca campesina para los lugareños– cuenta las peripecias de los antiguos hacendados. En un rincón yace el cuerpo embalsamado de Tito, el primero que reanudó la tradición de conservar monos como mascota de ese poblado.




“Dicen que las hijas de los dueños del ingenio tenían una mona como mascota. Pero el animalito no se acostumbraba al frío que hacía en Cuba por estas fechas y se le escuchaba emitir, durante la noche, un gruñido similar a un chiflido. Entonces, los trabajadores del ingenio sacaban cuenta del frío al escucharla. De ahí que cuando se hace necesario sacar varias colchas y abrigos se dice que chifló el mono, una frase que recorre Cuba entera y un poco más allá…” nos dice con el deleite saliéndose por los ojos, como quien siente el orgullo de saberse cercano a una tradición centenaria.


Existen otras versiones. Una cuenta cómo a la misma mona le dieron un panal de abejas para sacar la miel y, golosa, metió la mano sin reparar en la cantidad de abejas adentro. La pobre recibió los picotazos emitiendo el mismo sonido. Otra versión dice que “chifló” porque casi muere en una de las máquinas de moler caña. Pero lo cierto es que la primera de las leyendas es la que ha calado hondo en el acervo popular cubano, convirtiéndose en un legado lingüístico muy particular.

Cuando uno camina por esos lares, ataviado por la humildad de las pequeñas comunidades rurales, no puede dejar de sorprenderse por ver, entre tanta cubanía de palmas, cañas y sombreros de guano, el par de primates que descansan en el mismo centro del poblado. “Porque a santo de qué en este campo tienen que haber dos monos”, escuché decir más de una vez. Y lo escuché de boca de alguien que poco sabe, o nada entiende, de cuánto significa para los pueblos pequeños la preservación de su patrimonio.

Allí están estos monos, rescatados del olvido a que fueron sometidos durante la República Neocolonial, cuando la jaula se vio vacía. “Pero en la Revolución, ¡Ja!, en la Revolución nos dimos a la tarea de buscarlos de nuevo, y aquí los tenemos. Tito fue el primero de esta época. Cuando ya pasa el tiempo y mueren, buscamos un sustituto”, refiere Amado Rodríguez, presidente del Consejo Popular.

Los de ahora se llaman Niña y Huérfana, dos hembras que rememoran a aquella matriarca de los tiempos de la colonia. El visitante los ve jugar entre ellos y asustarse cuando un extraño explora los predios de la jaula. A la vieja María Esperanza le encanta llevarles plátanos burros, “porque ellos aquí son como familia, to´ el mundo le lleva cosas y no tiran caca ni nada. Solo se desesperan cando ven un plátano. El mono chifla aquí, cantidad, de noche, y cuando hay frío más, se suben arriba de la jaulita…”.

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