Nostalgia de feria
El Word abierto me convidaba a escribir sobre la feria del libro en Santa Clara, ciudad ubicada en el mismo centro de Cuba. Sin embargo no puedo despegarme de esta nostalgia perenne por aquellas primeras ferias trinitarias. Tiempos cuando la realidad de esta celebración no relegaba lo acontecido en mi ciudad, a un bulto de libros en un rincón del parque Céspedes, hoy, cuando la posibilidad de disfrutar de un verdadera fiesta literaria se pierde en la utopía de muchos.
Por eso pude sentirme aparentemente afortunado de
estar en la ciudad de Marta y el Che, y, en un intento por revocarme mis
prejuicios, escogí el viernes para mi primer y único recorrido. Sin embargo, la
vuelta me deparó una estampa de sentimientos acorde con la idea ya prejuiciada
que venía martillándome los pensamientos: la celebración se sostiene del ímpetu
por una continuidad a toda costa.
Y no era para menos mi sospecha. A la vera de
necesidades literarias – y lo confieso: para estos predios no cubrían una
expectativa mayor que la presencia novelística de Daniel Chavarría – comprobé
la poca avidez organizativa para un evento de marcada importancia, pero que
encuentra en el interior del país un mero formalismo de cuotas editoriales.
Por momentos creí padecer algún trastorno neurológico,
porque no me cabía en la cabeza cómo podía ver repetida la misma imagen en cada
estanquillo. Los signos no variaban: los mismos títulos, en el mismo orden, con
la misma cartelera y la imposibilidad de saber qué buscar en aquella multitud
de libros, con incuestionable valor pero difícil identificación temática.
Aun cuando creí solucionar mi duda médica, las
confusiones reaparecieron. Me percaté de ciertos títulos familiares, a tal
punto, que supuse vivir de nuevo los días de la feria pasada, o la antes pasada,
cuando pululaban libros como “Macho Varón Masculino”, y algunas guías de moda
cubana. Pero aclaro, no me opongo a la reventa de libros de buena factura, pero
con tan tímida presencia de ejemplares nuevos, o reediciones necesarias – tal
es el caso de Biografía de un Cimarrón de
Miguel Barnet – las ilusiones de aquellos interesados en las “novedades
editoriales” regresan a casa con el pesar de la indiferencia.
Por supuesto, nunca fallan opciones tales como la
literatura infantil y la venta de los ejemplares antiguos. Siempre ofrecen esa
oportunidad al populacho de llegarse hasta las bondades de la literatura. Mas
pienso que este no sea su objetivo fundamental, lo que me lleva a
cuestionamientos precipitados: ¿si esto sucede en la capital cultural del
centro de Cuba, qué esperaremos para el resto de los territorios?
Puedo resumir el caso Villa Clara como una muestra del
refranero popular: un buen guión, mala puesta en escena. No obstante, nunca
debo pasar por alto el hecho de que, aun cuando la estrategia comercial de los
libros caiga en el bache de la dejadez – o la falta de recursos, según se mire
– siempre resulta un buen pretexto para invitar al pueblo a sumarse a toda una
avalancha de propuestas culturales aledañas, como invitación a no pasar por
alto las bondades de la literatura.
Aun así, cuando el Word me convide a escribir sobre la
feria santaclareña, no puedo despegarme de de esta nostalgia por mis días
trinitarios. Más bien, me vienen a la cabeza una estampa de imágenes a modo de
remembranzas. Veo a mi Trinidad repleta de libros, excelentes ejemplares de la
literatura universal y cubana, y al pueblo volcado a las calles para no
perderse un acontecimiento, que en no pocas ocasiones ha sido rebautizado como
“Furia del libro cubana”.
No creo ser un soñador cuando pienso que eso es
posible.
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