Memorias en la UCLV (Becas II)
Cada viernes, cuando mis pies tocan suelo trinitario, un
sentimiento de enajenación por la ciudad donde nací me invade los pensamientos.
Como si aquel lugar donde solía correr descalzo con mis amigos del barrio ya no
fuera mío. La razón es simple. El habitual recorrido por los parques,
callejuelas empedradas y cuentos hasta el amanecer se trasladaron de provincia.
“La beca me ha alejado de mi casa” le dije en cierta ocasión a un amigo.
La universidad complementó lo que inició el Preuniversitario,
pero ya estaba calando en mi desarrollo ese alejamiento por mis hábitos
raigales, para dejarme ser parte de otras realidades que, aunque parezca
absurdo, cambian la vida de todos los jóvenes.
Así llegó hasta mí la Universidad Central “Marta Abreu” de las Villas (UCLV), resultado del
fallido intento por encontrar sosiego en el periodismo de la universidad
capitalina – sin cambio de dirección no hubo traslado –, que a la larga se
convirtió en la gratitud de la nueva vida que se advenía ante mí y me
convertiría, de una vez por todas, en adulto.
La mañana cuando arribé a sus carreteras internas y los
pasillos recién acomodados de la facultad de Humanidades, yo era el típico
novato adolescente de primer año, con aquella excitación visible desde las
carcajadas a modo de rufián con mi amigo Javier, y mis ojos sobresaltados ante la
majestuosidad tercermundista del campus verde y tranquilo de la
Martha Abreu. Recuerdo la cola de la matrícula, los alumnos que por primera vez vería
hasta estos días, y la voz de la secretaria anunciando un “firma aquí”, que
declaraba el inicio de esta carrera, más de fuerza que de resistencia.
Desde entonces me han sobrevolado las experiencias más
diversas en este centro de altos estudios. Las madrugadas frías, las tardes
calientes y la satisfacción de conocer las más diversas personalidades, desde
los noctámbulos Arnaldo y Frank – seres traídos desde la galaxia del insomnio y
la felicidad de la bohemia – hasta la rectitud adventista de Rogelio, los
malhumores de José y las polémicas divisionistas de mi año de estudios.
La UCLV parece una universidad como otra
pero no lo es. El solo hecho de radicar en Santa Clara, una ciudad donde se
funcionan casi todas las tendencias del hombre, sin miedo a decirlo, una de las
ciudades más cosmopolitas de Cuba, le imprime una singularidad generacional,
rica en diversidad. Mi edificio de beca, el U5, ubicado al sur del teatro, y al
frente del gran edificio femenino 900, es el colofón de estas características,
el resultado del nacimiento del irracionalismo cubano.
Es, en resumen, el lugar donde emerge la bohemia al compás
de la guitarra y la sazón de la novísima trova, porque el U5, aunque alberga a
las carreras humanísticas y sociales, también pueden ser frecuentados por
aquellos provenientes del resto de las residencias amantes del mundo nocturno. Se
ha visto, como en pocos lugares, a chicos del mismo sexo amarse sin los tabúes
de esta sociedad.
A esta universidad por la que me quedan algunas veredas que
caminar, ya le agradezco los sinsabores con los que alguna vez me fui con mis
ojos empañados: cierto examen deficiente, alguna riña de menor grado o la
mirada pérfida de las relaciones interpersonales. Pero también la manera en que
he aprendido del mundo y sus obstáculos, y por qué no, de ciencias humanísticas
y de la comunicación, a fin de cuentas vivo en tiempos en que estudiar resulta
muy fácil por la facilitación de mi sociedad y esto hay que agradecerlo.
Algunos días suelo volver sobre el camino de cuando buscaba
ansioso el lugar para mi matrícula en la carrera, hace ya más de tres años, con
la convicción de extrañar todas estas etapas tan ricas del estudiantado
superior. Por estos y otros andares por los que una vez el Che Guevara proclamó
la necesidad de vestirse de negro, de mulato y de pueblo veo pasar la juventud
novel sonriente, la mano del profesor repleta de documentos, el estudiante de
otros lares, a punto de vivir lo que yo inicié en septiembre de 2009. Entonces
recuerdo cuánto extraño mis raíces y la manera en que algún día sentiré la
dulce nostalgia de la Marta Abreu.
Gracias por el buen recuerdo, alimento vital de la nostalgia.
ResponderEliminarAh pues muchas gracias, aunque soy estudiante aun, radio trinidad me abre las puertas para poder tener este blog, desde aquí, y en nombre de este colectivos, mando un gran saludos a todos ustedes... Gracias
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