¡Feliz fin del mundo!
A los cubanos casi nada nos agobia.
Ni un ataque yankee, ni un período especial, ni mucho menos el Apocalipsis.
Cuando el almanaque anunciaba la cercanía del 21 de diciembre de 2012, por acá
por este pedazo de caimán en el Caribe no hacíamos otra cosa que invocar esa
simpatía tan característica de nuestras tierras que Jorge Mañach indagó como choteo.
Los días, que de tan normales podían
dar miedo, no pasaban sin que alguien, aunque fuera una persona, no hiciera
referencia al armagedón tan próximo. Y bien, que otra cosa habríamos hecho sino
reírnos de los dificultades, pues como dice el refrán, si tus problemas tienes solución para que agobiarnos, y si no la
tienen… ¿para que agobiarnos?
Por eso cada cubano hacía su versión
personal del final de mundo. Algunos lo invocaban… “yo estaría contenta – decía
Anabel, mi compañera de clases – por lo menos si es verdad lo de los mayas no
tendré que estudiar Historia del Arte para la prueba de enero. Me convertiría
en una partícula contenta”. Otros preferían alzar los brazos en son de
indiferencia, y con la naturalidad más desconcertante expresar “eso es
mentira”.
Hacia el jueves 20, ya el tema
ocupaba los más alto de la opinión pública. Detrás de “Nos vemos el año que
viene”, “buen año nuevo”, o “excelentes navidades”, la frase más ocurrente y
contradictoria en la faz de la tierra brotaba por los labios cotidianos de Cuba
“¡Feliz fin del mundo!” Se oía decir como guarnición de las felicitaciones, o tal
vez como mecanismo de defensa para no tomar en serio algo supuestamente grande,
o porque la negativa frente a una catástrofe era lo más recomendable para no
caer en la absurda paranoia.
Y así fue, los días 21 y 22 de
diciembre transcurrieron con normalidad, echando por tierra las tantas teorías
desgarradoras que lograron provocar olas de suicido en el mundo y atiborrar los
bolsillos de unos poco magnates de los medios de comunicación. Y en nuestra
tierra, como regalo de Dios para los fanáticos apocalípticos, fueron las
jornadas más hermosas de todo diciembre; el sol radiante y la temperatura de
nuestro invierno otoñal, a la sazón de un cielo bien azul perturbado por apenas
algunas nubes.
Hoy, cuando el 2012 se despidió
junto con el 13 kaktún maya, nos queda, a algunos, la sonrisa dibujada de la
falsedad del final, a otros el sinsabor de si por mala ventura alguna remota
posibilidad podía llevar a hechos lo que en teoría estaba. De todas formas los cubanos
teníamos razón y pasamos un feliz fin del mundo, llenos de la alegría para un
25 de diciembre tradicional, y una despedida sublime para decirle adiós a un
2012 donde, en materia social, significó un paso de grato avance para nuestra
realidad.
¡Si todos los fines del mundo son
como este, pues espero se repita el próximo diciembre!
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