Como si Martí anduviera por las calles trinitarias (fotorreportaje)
Parecía un mal vaticinio, pero no lo
fue. Habían anunciado algo de lluvia para la mañana del 28 de enero, mas un
puñado de nubes impertinentes no dejó enturbiar la ilusión de los niños, presta
a crecer por entre las arterias de Trinidad durante el desfile que honra de la
mejor de las maneras, la inusual empatía de José Martí por los más jóvenes de
América.
Cuando se cumplen 160 años del
natalicio del más universal de los cubanos, en este pedacito de tierra al
centro sur de Cuba solo la sencillez bastó para evocar, como cada año, una
tradición que no por generalizada en el país deja de tener el encanto
particular de estos parajes coloniales.
Las razones entonces me sobran para
evocar, con actos, los años en que las ínfulas de mambí – o de cualquier
personaje de cuento infantil martiano –
me enardecían los pensamientos en un frenesí delicioso, que al menor
indicio de la aurora me hacían abrir los ojos. Así desperté este lunes, pero
con armas diferentes: de niño llevaba el machete de madera o el instrumento
musical, esta vez, el lente de mi cámara
ávida por atrapar momentos.
En la ciudad un tumulto iba
apareciendo de la nada: por un lado pude ver el caminar apresurado de padres
ante la premura del acontecimiento, por otro la ensarta de curiosos dispuestos
como cada año a disfrutarlo. Mientras, se escuchaban desde la lejana calle
Jesús María, los primeros redobles de tambor por entre las rejillas de la
pérgola del parque camino hacia la Plaza
Cultural ¡Y comienza el desfile!
Las calles se atestaron de las tantas
muestras de esplendor brindadas por cada escuela primaria y secundaria,
repletas de colores alusivos a los atributos y símbolos de la patria – que con
tanto ahínco enseñan los maestros en esa etapa- y se convierte el centro
trinitario en una fiesta donde la ternura infantil acapara la atención de miles…
Un español impertinente se acerca a mí
y pregunta, con más estupor que malicia: “¿Cómo pueden celebrar este
acontecimiento con tantos problemas económicos?” – porque en Cuba sobra
alegría- le dije yo mientras observaba los retazos con que remiendan cada año
los implementos musicales precámbricos, una suerte de reliquia antiquísima que
se resiste a dejar sin banda rítmica a las decenas de centros de enseñanza en
Trinidad.
Es como si Martí anduviera por entre
el tumulto, velando, a la manera de cualquiera de los cientos de santos católicos,
el trayecto final de estos, sus niños de hoy, bautizados durante 2 horas de desfile
con los personajes de la Edad de Oro, o algún pasaje importante en la vida del
propio Martí, el apóstol, como lo calificara el intelectual cubano Jorge Mañach
(cuestión acerca de la cual ya pretendo postear en un futuro).
Entonces recuerdo escuchar el
despertador aquella mañana de 1995, y el niño frente al espejo con ojos
titilantes, mientras ajustaba sus ropas, bien puras como nuestros ideales, por
entre su cuerpecito menudo. La mamá le pegaba un cinturón negro, y las
polainas al lado de las ropas un poco antes de envainar el machete de madera.
Pero no sale hasta ver en sus mejillas la barba de carbón.
Y aun hoy, en el 2013 y con 22 años,
el muchacho escribe sus impresiones del 28 de enero con el mismo ímpetu que
años atrás le sumía en un bulto de sueños que desde la almohada le adelantaba
el jolgorio del día siguiente.
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