Pasajes de un viaje a Moscú ¿Cómo es vivir la mayor crisis política de Cuba desde el exterior?

“San Antonio de los Baños ha salido a las calles a protestar contra el Gobierno”. Sentado en la salón de espera del Aeropuerto Internacional "Juan Gualberto Gómez" en Varadero, Matanzas, yo leía atónito los titulares de noticias. Bastó ver la primera imagen de esa multitud enardecida, gritando consignas impensables en la palestra pública hasta ese momento, para saber que este sería un tema trending durante mucho tiempo en Cuba.

“Ha habido huelgas en todo el país. ¡Esto es una locura!”, un amigo me envió un mensaje de texto a través de WhatsApp para ponerme al día de lo que el check-in, la aduana e inmigración me habían impedido saber. Sin embargo, apenas unos minutos después comencé a perder contacto con la gente y, tras un lapso de inestabilidad, todas las comunicaciones entre mi familia y yo terminaron cortándose por más de 20 horas. 

"Los ciudadanos cubanos tenemos uno de los pasaportes más débiles —y más caros— del mundo y, por lo tanto, tenemos que lidiar con el hecho de que solo 28 países están libres de visa para nosotros".
A las 3:50 pm repararé en que iba a volar a Moscú el 11 de julio, pero ni siquiera imagaba que en menos de una semana se convertiría en el 11J, un día tanto histórico como traumático para la Isla. Pensé que sería buena idea rezarle a San Benito Abad, patrón de Europa y Santo del día según el calendario católico. “Algo bueno tiene que suceder gracias a él”, me dije, buscando consuelo infantil. Sin embargo, 10 horas de vuelo transcurrieron con mucha incertidumbre. Yo cambiaba la zona horaria, pero mi corazón seguía en el mismo lugar, latiendo en taquicardia.

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El vuelo cargaba más de 200 pasajeros cubanos, un número escalofriante en tiempos de Covid. Foto: Luis Orlando León Carpio.

Viajar al exterior es un evento extraordinario para el cubano común. Desde que el decreto ley no. 302 entró en vigencia en enero de 2013, solicitar un permiso de viaje al gobierno ya no es un requisito, sin embargo, en la carrera de los viajes, los ciudadanos de la Isla todavía debemos sortear varios obstáculos.

La primera palabra que viene a mi mente es visa. Conseguir una implica, en la mayoría de los casos, una prueba de solvencia económica demasiado superior al nivel de vida real. Por eso la segunda palabra es ingresos. En un país donde el salario promedio es, a decir del economista cubano Pedro Monreal, de 5700 CUP al mes (poco menos de 100 dólares en el cambio de divisas informal), no mucha gente gastaría los ahorros de toda una vida en una semana de vacaciones en Cancún, especialmente durante la crisis actual. 

"Moscú se abre para nosotros como el nuevo paraíso comercial. Según la policía de fronteras rusa, citada por el diario español El País, unos 25 mil cubanos viajan a Rusia cada año".

Los ciudadanos cubanos tenemos uno de los pasaportes más débiles —y más caros— del mundo y, por lo tanto, tenemos que lidiar con el hecho de que solo 28 países están libres de visa para nosotros; algunos muy poco atractivos para nuestros intereses habituales: ir al extranjero, invertir o migrar, pero esa es otra historia. Rusia y Cuba, con una larga historia de relaciones bilaterales, tienen un acuerdo en el que a los ciudadanos cubanos se les permite ingresar al ex territorio soviético hasta por 90 días con fines turísticos.

A las 4:00 pm, cuando todavía yo esperaba el abordaje, una funcionaria de la aduana le comentó a su colega que el vuelo contaba con más de 200 personas. Era un número impactante en época de Covid.

Entrada a la Plaza Roja. Foto: Luis Orlando León Carpio.
 

Con Guyana, Haití y Panamá bajo restricciones de viaje debido a las medidas pandémicas, Moscú se abre para nosotros como el nuevo paraíso comercial. Según la policía de fronteras rusa, citada por el diario español El País, unos 25 mil cubanos viajan a Rusia cada año. La falta de suministros y la escasez en el mercado oficial contribuyen enormemente a la necesidad de mercados paralelos donde los cubanos puedan viajar, ir a buscar productos y luego venderlos en el mercado negro nacional. La gente viene, explora, disfruta e invierte. Regresan con sus maletas llenas de productos de higiene, cosméticos, dispositivos electrónicos, ropa, zapatos y muchos más artículos, sin importar las restricciones que el Gobierno intenta imponer: 14 días de aislamiento en un hotel prepago y un solo equipaje permitido.

Para un merolico normal (vendedor ambulante), se necesitan aproximadamente 2500 dólares para pagar una estadía completa de 10 días aproximadamente, lo suficiente para sufragar gastos de boletos de avión, alojamiento, comida y obtener ganancias vendiendo lo que se adquiere en un mercado mayorista ruso. A una persona en Cuba se le paga por organizar el viaje junto con otra en Moscú. Este tipo de arreglo puede dar lugar a casos de fraude, pero la inexperiencia y la falta de protección en los procedimientos internacionales nos hacen vulnerables de caer en manos equivocadas. 

"No pude acceder a ningún servicio bancario internacional, lo que me hizo doblemente difícil utilizar empresas como Airbnb".
Como el propósito de mi viaje no es comercial, decidí emprender todo por mi cuenta. Me vi a mí mismo siendo un ciudadano del mundo hasta que tuve que completar mi primer pago. Como era de esperar, descubrí que ninguna de las aerolíneas rusas acepta transferencias de bancos cubanos. Asimismo, no pude acceder a ningún servicio bancario internacional, lo que me hizo doblemente difícil utilizar empresas como Airbnb, la cual elegí para buscar alojamiento. Además, la famosa plataforma norteamericana impide que las cuentas de la Isla reserven, aun cuando cuenten con una tarjeta de banco válida. En pocas palabras: ahora mismo tengo deudas pendientes de pagar a mis familiares que viven en los EE. UU. Embargo 1 - cubanos 0.

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El lunes 12 de julio, alrededor de las 5 de la tarde, llegué al pequeño departamento que alquilé para una estadía prolongada. Es perfecto para unas vacaciones en solitario y buscar protegerme de la Covid. Me sentí bienvenido en el distrito de Domodedovo, suerte de ciudad dentro de la ciudad, tan nueva como el siglo XX y aun así pacífica. El belicismo del cine ruso clásico se me torna una mera caricatura, acaso un souvenir de la memoria. Cada mañana, suelo ver la vida capitalista de la clase media, paseando a sus mascotas y desayunando en Starbucks, a pesar de algunos edificios de estilo soviético que parecen una ilusión de los años 70. De hecho, cuando miro por la ventana de la cocina no sé si es Moscú o Nuevo Vedado, en La Habana. ¿En serio estoy aquí?

Distrito de Domodédovo, área suburbana de Moscú. Foto: Luis Orlando León Carpio.
 

Debo decir, sin embargo, que la multitud de personas sin máscarillas y esas vibras de cero restricciones anti coronavirus pueden llegar a parecerme espeluznantes. Viniendo de un país que todavía está bajo un toque de queda que comienza a las 2 de la tarde, esta visión de la pandemia me asusta, principalmente en el transporte público. Rusia ha contado un promedio de 23.000 casos por día, y está solo en el 80% de su pico, según Reuters. Aun así, las tasas de Cuba superan con creces al de la nación euroasiática. No obstante, opto por no quitarme la máscara bajo ninguna circunstancia.

Marina, una joven rusa que conocí, cree que la pandemia no es gran cosa. “Conozco personas que se infectaron en su propia casa. No veo por qué no salir normalmente si nos cuidamos. Yo tampoco prefiero vacunarme”. Su testimonio coincide con la narrativa occidental en la que Rusia no destaca el impacto real de infecciones. De hecho, el discurso oficial, transmitido en la televisión estatal, es que se ha manejado esta pandemia mejor que la mayoría, que el país está en camino de recuperarse. Los números incómodos aquí se pasan por alto. "Las historias de los muertos simplemente no se cuentan", concluyó, en marzo, un artículo publicado en la BBC.

Las estaciones de metro de Moscú son famosas por su suntuosidad. En la imagen la de VDNH. Foto: Luis Orlando León Carpio

 
Las estaciones de metro de Moscú son famosas por su suntuosidad. En la imagen la de VDNH. Foto: Luis Orlando León Carpio

Pero hay otras personas que tienen una perspectiva ligeramente diferente, como mi anfitriona, Katia, que, después de recibir sus inyecciones de Sputnik V, se siente libre de no usar máscaras en ningún lugar;"no así en interiores, como sugiere la ciencia", me dice. Ella pertenece a menos del 20% de la población rusa que está completamente vacunada hasta ahora. Como la mujer inteligente que es, comprende las consecuencias de la pandemia, pero me neutraliza con una frase lapidaria: "no quiero enfermarme, pero no voy a dejar que el virus mate mi vida".

"La narrativa oficial rusa, transmitida en la televisión estatal, es que ha manejado esta pandemia mejor que la mayoría, que el país está en camino de recuperarse".
Antes de mi llegada, me esperaba en un restaurante cerca del centro de la ciudad, frente a la estación de metro Belorusskaya. Ha sido periodista también, y realizadora, lo que me hace creer, muy chovinistamente, que eso lo hace más interesante. Hoy, sin embargo,  los negocios la encantan. Es una mujer de nuestro días pero con unas ideas soviético-europeas que a ratos me parecen un coctel molotov. Creo que ronda en la década de sus 30, pero no le pregunté. Sus ojos de azul profundo pueden intimidar un poco. “Parezco escandinava porque mi familia es de Arcangel, en el norte”, agregó presentándose. Luego, me explicó cómo funciona la etnicidad en Moscú, donde uno ve personas del norte y del sur de Europa, del Cáucaso, y también asiáticos, lo que hace que la ciudad sea más diversa de lo esperado y, por lo tanto, más atractiva. 

Katia fue tremendamente amable programando su día para coincidir conmigo y revelarme sus indicios de la vida en la metrópoli: los mercados más económicos, las rutas del metro o lugares imprescidnibles de conocer. Creo que he tenido suerte, demasiadas veces me han dicho que los rusos son de mal caracter, pero a mí los estereotipos me la sudan. Yo me quedo con la Katia que me mostró dónde encontrar y cómo preparar los deliciosos Pelmenis, un plato aparentemente italiano aunque muy ruso: pequeños trozos de “pasta” rellenos de carne que se comen añadiendo crema de leche. Hasta ahora, se ha convertido en mi plato favorito.

 

 

Mi apartamento es pequeño pero acogedor. Tiene las dimensiones de mis gustos y me hace pensar irremediablemente que yo podría vivir aquí para siempre. Además: Netflix, Wi-Fi gratis, 40 GB de datos, sin apagones ni colas. Debiera decir que estoy teniendo unas vacaciones de ensueño, sin embargo, hay una idea que no se escapa de mi cabeza: ¿por qué los cubanos tenemos tan bajas expectativas de lo que es la vida? “Lo que tenemos es la parada bajitica”, me diría más tarde un amigo.

Katia me recordó que podía extrañar a Cuba de todos modos. Tiene razón. En realidad estoy encerrado en la burbuja de la fuga, cansado de lo que se ha convertido la vida en mi país últimamente. Con el paso del tiempo, la nieve podría enfriar mis emociones y las estatuas de Lenin que hay en cada esquina ya no parecerán tan exóticas. “Y cuando llegas tarde a una reunión”, bromea ella, asumiendo que calcular mal el tiempo es el gran desafío de los latinoamericanos.

Me encantan nuestras conversaciones. Katia habla inglés y portugués con fluidez y puede entender muy bien el español. Vivió varios años en Brasil, al que ama, y viajó por Latinoamérica, excepto Cuba: “Tengo amigos que le fascina y otros que la odian por malas experiencias. Debería verlo por mi cuenta”, me explica, haciéndome sentir un poco triste. Aquello me recordó el incidente en el que 200 rusos fueron condenados a aislamiento en un hotel de Varadero debido a presuntas pruebas de PCR positivas a Covid. 

"Estoy encerrado en la burbuja de la fuga, cansado de lo que se ha convertido la vida en mi país últimamente".

Pero lo que logra comprenderme a mí y a mi cultura, me reconforta. "Sin embargo, evitemos la política", sintió la necesidad de aclarar, y yo acepté, siendo ella alguien que considera justas las sanciones de Vladimir Putin sobre los precios de productos de mercado occidentales. Hay días en que me siento como La Habana en los tiempos de Kennedy vs. Khrushchev. 

Foto: Luis Orlando León Carpio.

En Rusia, a diferencia de otras regiones, no hay una intención explícita de hablar idiomas extranjeros. No les gusta y eso está bien. Cuando salgo de compras, o de turismo, no puedo olvidar a mi traductor, de lo contrario, la comunicación puede ser una pesadilla. En mi primera compra en el supermercado, la cajera no me entendió una palabra cuando intenté preguntarle cuánto le debía. Aparentemente, el gesto de frotar los dedos en señal de dinero no se reconoce aquí.


“¿Necesitas ayuda?”, Me preguntó una chica encantadora en la cola.

“¿Hablas inglés?”, Le respondí.

"Soy profesora de inglés en una secundaria", respondió amablemente.

"Gracias a Dios", pensé.

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Río Móscova. Foto: Luis Orlando León Carpio

A las 8:00 pm del 12 de julio, yo todavía no había desempacado mis pertenencias y Cuba ya debeía haber despertado. Aun así, el silencio de mi WhatsApp era sobrecogedor. No había un solo de estado de WhatsApp publicado, ni una actualización ni siquiera, acaso un mensaje corto. Cuba parecía más que dormida, aturdida, tal vez desmayada. Un país enfermo de Covid, hambriento, cansado de colas y escasez, había intentado gritar sus quejas y se había quedado sin fuerzas, aparentemente.

La respuesta del gobierno a las protestas fue desconectar Internet. La regla es injusta, pero no sorprendente. Internet se ha convertido en una poderosa arma de información y las generaciones más jóvenes saben cómo administrarla mejor.

Un reportaje publicado por la revista independiente El Estornudo indagó sobre el origen de las protestas de San Antonio de los baños, lugar que desató el resto de las huelgas, y concluyó que una llamada grupal en Facebook fue suficiente para reunir a cientos de personas en ese fatídico domingo. 

"Internet se ha convertido en una poderosa arma de información y las generaciones más jóvenes saben cómo administrarla mejor".

Arturo López Levy, profesor cubano de Relaciones Internacionales de Holy Name University, dijo a CNN: “Internet funcionó no solo para coordinar, sino también porque permitió que algunas narrativas que el gobierno cubano primero ignoró, incluso las más locas que surgieron en Miami, pudieran llamar la atención de algunas personas”. 

Plaza Roja de Moscú, vista desde la Catedral de San Basilio. Foto: Luis Orlando León Carpio


 ¿Cómo es vivir la mayor crisis política de Cuba en 30 años desde el exterior? En un video viral en Facebook, una cubana radicada en Italia dijo, con sarcasmo, que ella había sido bonita hasta que ocurrió el 11J. Como ella, he estado sufriendo períodos de insomnio y no dejo de preguntarme ¿Qué sigue? ¿Qué nueva dificultad enfrentarán mis compatriotas hoy?

He visto de todo, desde peticiones de una loca intervención militar, hasta una lista de encarcelamientos, y el espantoso llamado del presidente Miguel Díaz-Canel a las armas entre su pueblo. Los videos de los enfrentamientos no paraban de colgarse a pesar de que se cortó internet y ahora no puedo reconocer la Cuba ideal que se había retratado en los medios durante años. Por primera vez, mi país se parece a la sección internacional del Noticiero.

¿Qué son estas manifestaciones ?, me he estado preguntando mil veces.

Puede haber muchas respuestas.

O quizás solo una.

*A privious version of this story was originally published, in English, in Start Up Cuba.

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