El solitario patriarca de los suelos
Foto: Yariel Valdés González |
Con la cuenta perdida acerca de los kilómetros recorridos por esos suelos, calculando áreas y perímetros en terrenos donde pronto se sembrará caña, Cisto Flores Yanes apenas siente el dolor de los callos de sus pies. Acostumbrado como está de andar guardarrayas no es su salud la que le preocupa, sino la de la tierra que por suerte todavía doblega bajo sus pies. “Cuando yo no esté no se quien carajo va hacer este trabajo”.
“Esto es de caminar y caminar. Yo he llegado a hacer hasta 154 hectáreas en un día, que digo un día, en horas… por eso te digo yo que no hay mucha gente que le guste este trabajito, pero de ahí a que nadie quiera asumirlo eso es otra historia. Yo gano de salario básico 360 pesos en la quincena, pero puedo llegar a 500 con la estimulación de la (Resolución) 17. No está mal ¿eh?”.
A las 10 de la mañana, en medio del monte, el silencio se apodera de todo. Más aun cuando se está en medio de un paisaje de tierra removida sin árboles, sin el cercano canto de las aves, sin el sonido de un pequeño arroyo que brota de la nada.
Hay demasiada soledad en un campo donde pronto brotarán cañaverales. Quizás un tractor resquebraja el silencio. O quizás el guajiro que trabaja se siente demasiado a gusto al doblar el lomo a golpe de sudor en torrentes. Al menos así lo expresa Cisto, con la luz en la mirada de quien asiste a un ritual que lo vivifica, pero con el pesar de una exclusividad que lo condena a ejercer sin la gracia de transmitir la experiencia a los más nuevos.
— ¿Del trabajo suyo qué depende?
—“El dato del tamaño del terreno dirá cómo es el pago de los trabajadores, por actividad de siembra, pa´ los que riegan la caña. Y también los rendimientos del año. No, no es cualquier cosa lo que hago. ¿Tú te imaginas que cuando yo no esté cómo va a hacer esto? Van a perder bastante… con decirte que van a tener que recurrir a técnicas viejas de medición por falta de especialistas”.
Cuba, y en especial Villa Clara, presenta un panorama generacional poco halagador. Como van las cosas, entre el éxodo de jóvenes al extranjero y el envejecimiento poblacional, puede que en el futuro las escuelas terminer por cambiar a círculos de abuelo. Tal premonición no sorprende a nuestro patriarca de los suelos, que por su bien y el de la empresa continúa a pie de obra siete años después de jubilarse.
“Antes había una escuela en Santa Clara, otra en Matanzas y otra en La Habana —se queja—, pero ahora por lo menos en la capital provincial no existe ninguna. Se da cartografía, y otras cosas, pero la topografía comprende mucho más, aunque, si nadie viene para acá, no se está resolviendo ningún problema”.
Con la mirada puesta en la tierra removida, con los ojos orientados en ella con un desbordante sentido de pertenencia, se sabe dueño de un complejo proceso que empieza justamente ahí, cuando cada mañana, al amanecer de Dios, activa su GPS y reduce el mundo a metros cuadrados.
Y eso luego de que chequee los animales de casa. Sí, porque antes de andar y desandar los montes midiendo el terreno de los futuros sembrados de caña, este topógrafo, el único de la UEB de atención a productores del central Héctor Rodríguez, tiene que atender los corrales en el hogar, acaso para llevar una vida un tanto más cómoda que la ofrecida por su labor diaria de casi 50 años.
Comentarios
Publicar un comentario