Por Camajuaní, con una cantina de leche
«A mí me gustan to' estas machanguerías», afirmó la mujer desde la carreta. Un reportero de la CMHW y yo habíamos reparado en ella mientras buscábamos noticias en Camajuaní como parte de nuestra rutina de trabajo.
—Buenas tardes, dicen que usted es la única mujer acarreadora de leche que existe en este municipio, ¿eso es verdad?
—Por lo menos que trabaje para el Estado, sí.
Respondió mientras ordenaba detenerse a su caballo Pimpón.
Yanelis Torres, a sus 40 años, tiene la piel curtida y el pelo enmarañado. A primera vista parece ruda. Mas, detrás de esa figura de mujer de campo, de la camisa ancha y las botas de agua, se esconde una señora muy bella, y no solo por la visible coquetería con que edulcora sus andanzas matutinas.
Todos los días se levanta sobre las cuatro y media de la mañana, cuela café para su esposo e hijo y deja todo listo para que no pasen trabajo durante sus horas de ausencia. «Ellos me ayudan», recalca siempre, lo cual se entiende en un mundo donde el machismo dicta, sutilmente, que este tipo de trabajo no es para una mujer.
Montada en su carretón Yanelis sale hacia los puntos de recogida y luego reparte la leche a una veintena de campesinos, lo que significa bastante trabajo para una sola persona. Sin embargo la acarreadora de leche, adora su trabajo.
—¿Qué te dice la gente?
—A veces me llaman marimacha, pero no me molesta porque casi siempre lo dicen en broma. En realidad me estiman mucho y me ayudan.
—¿Y cuando te ven arreglada, maquillada...?
—Cuando me ven de otra forma no me conocen, porque tú me ves así ahora pero yo cuando me arreglo me veo de lo más linda.
Conversando con Yanelis uno se percata de cuántas mujeres hacen caminar la sociedad desde el anonimato. Pienso en la desigualdad de género, en por qué existe. Y saltan miles de respuestas.
«Siempre ponen trabas, sobre todo para una que es mujer, sin embargo, eso no me impide hacer bien mi trabajo. Yo misma cargo las cantinas con leche, y si un día tengo que pedir ayuda lo hago y listo».
Una mujer no debería tener problemas en hacer el trabajo de un hombre. Es más, no deberían existir etiquetas para trabajar. No debiera haber trabajos para hombres y otros para mujeres. Pero todavía nos empeñamos en hacer de las diferencias biológicas un motivo para establecer jerarquías.
Históricamente el sexo femenino ha tenido que cargar sobre sus hombros muchas cruces pesadas, desde el momento que quiso morder la manzana prohibida del paraíso, hasta que hace poco tiempo se «puso los pantalones» y comenzó a reclamar sus derechos. El sexo femenino ha sufrido mucho.
En 1936, durante la Guerra Civil Española, Miguel Hernández recordaba a la mujer «que empuñó la hoz y la esteva como el hombre, y si sus huesos y su carne, a pesar de las agotadoras faenas se resistían a la deformación, no se masculinizaban, se alzaban prodigiosamente bellos, femeninos».
Poco debe conocer Yanelis Torres del poeta, dramaturgo y combatiente español, como tampoco estar al tanto de movimientos feministas o cosas por el estilo. No obstante, cada día, cuando ella se pone la ancha camisa y se enfunda las botas de goma, cuando azuza con la fusta a Pimpón y sale a recorrer Camajuaní, cuadra por cuadra, nos recuerda a todos el valor de una mujer acarreadora de leche. Como si en cada litro repartido nos diera una lección.
—Buenas tardes, dicen que usted es la única mujer acarreadora de leche que existe en este municipio, ¿eso es verdad?
—Por lo menos que trabaje para el Estado, sí.
Respondió mientras ordenaba detenerse a su caballo Pimpón.
Yanelis Torres, a sus 40 años, tiene la piel curtida y el pelo enmarañado. A primera vista parece ruda. Mas, detrás de esa figura de mujer de campo, de la camisa ancha y las botas de agua, se esconde una señora muy bella, y no solo por la visible coquetería con que edulcora sus andanzas matutinas.
Todos los días se levanta sobre las cuatro y media de la mañana, cuela café para su esposo e hijo y deja todo listo para que no pasen trabajo durante sus horas de ausencia. «Ellos me ayudan», recalca siempre, lo cual se entiende en un mundo donde el machismo dicta, sutilmente, que este tipo de trabajo no es para una mujer.
Montada en su carretón Yanelis sale hacia los puntos de recogida y luego reparte la leche a una veintena de campesinos, lo que significa bastante trabajo para una sola persona. Sin embargo la acarreadora de leche, adora su trabajo.
—¿Qué te dice la gente?
—A veces me llaman marimacha, pero no me molesta porque casi siempre lo dicen en broma. En realidad me estiman mucho y me ayudan.
—¿Y cuando te ven arreglada, maquillada...?
—Cuando me ven de otra forma no me conocen, porque tú me ves así ahora pero yo cuando me arreglo me veo de lo más linda.
Conversando con Yanelis uno se percata de cuántas mujeres hacen caminar la sociedad desde el anonimato. Pienso en la desigualdad de género, en por qué existe. Y saltan miles de respuestas.
«Siempre ponen trabas, sobre todo para una que es mujer, sin embargo, eso no me impide hacer bien mi trabajo. Yo misma cargo las cantinas con leche, y si un día tengo que pedir ayuda lo hago y listo».
Una mujer no debería tener problemas en hacer el trabajo de un hombre. Es más, no deberían existir etiquetas para trabajar. No debiera haber trabajos para hombres y otros para mujeres. Pero todavía nos empeñamos en hacer de las diferencias biológicas un motivo para establecer jerarquías.
Históricamente el sexo femenino ha tenido que cargar sobre sus hombros muchas cruces pesadas, desde el momento que quiso morder la manzana prohibida del paraíso, hasta que hace poco tiempo se «puso los pantalones» y comenzó a reclamar sus derechos. El sexo femenino ha sufrido mucho.
En 1936, durante la Guerra Civil Española, Miguel Hernández recordaba a la mujer «que empuñó la hoz y la esteva como el hombre, y si sus huesos y su carne, a pesar de las agotadoras faenas se resistían a la deformación, no se masculinizaban, se alzaban prodigiosamente bellos, femeninos».
Poco debe conocer Yanelis Torres del poeta, dramaturgo y combatiente español, como tampoco estar al tanto de movimientos feministas o cosas por el estilo. No obstante, cada día, cuando ella se pone la ancha camisa y se enfunda las botas de goma, cuando azuza con la fusta a Pimpón y sale a recorrer Camajuaní, cuadra por cuadra, nos recuerda a todos el valor de una mujer acarreadora de leche. Como si en cada litro repartido nos diera una lección.
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