Guajiro santaclareño, santaclareño guajiro


Foto: Tomada de internet.
(…) dónde pongo este trastazo

que me llega como abrazo
pisoteando el porvenir
y susurra siempre a modo de consejo,
como epitafio moderno:
¿qué coño tú haces aquí?

Buena Fe

La discriminación geográfica en la Capital de todos los cubanos es una verdad de Perogrullo que, solapadamente, desgarra. Hombres y mujeres de allá, de La Habana, se empeñan en marcar diferencias desde dos ámbitos bien delimitados: entre habaneros y de “áreas verdes”; entre cubanos, cubanos residentes “afuera” y extranjeros.

Sí, lo sé, resulta irrisorio en una ciudad que ha estado permeada por los siglos de los siglos por una amalgama de culturas harto heterogénea. Una ciudad que a todas luces se nos volvió tan cosmopolita como la mismísima Nueva York. Una ciudad cuya cultura existe por obra y gracia de la confluencia de razas, credos e idiosincracias que le ha servido de inspiración para tanto arte en sus casi 500 años de existencia. Aquí el que más o el que menos, tiene un pariente en el campo, llegó a cantar en algún momento ese músico descomunal que es Adalberto Álvarez. Lo del pariente en el exterior pudiera enriquecer el verso.

Me animo a escribir de ello tras recibir en mi buzón de correo la historia de tres santaclareños que, después de cursar un postgrado en la Universidad de las Ciencias Informáticas (UCI), dedicaron su último día “a andar la Habana de Eusebio Leal”, —una de las siete ciudades maravillas del mundo—, donde conocieron frente a frente parte de la xenofobia aun latente a la que nos someten los capitalinos a quienes vivimos en “el interior” del país.

Ricardo Wilfredo Pino Urías, su esposa Beatriz Suarez González y Reinier Monteagudo Casanova (El Chino), se disponían a hacer una visita rutinaria a la Maqueta de La Habana, cuando fueron interrumpidos por una mujer, aparentemente quien decide el que entra y el que no hasta los confines del local.

— ¿Ellos son cubanos?, pregunta la señora a El Chino.
— ¡Sí!
— ¿Pero viven aquí o fuera de Cuba?
— Sí, sí, aquí. Somos de Santa Clara.
— ¡Ah! de Las Villas. ¡Guajiros los tres!

Y la palabra guajiro, según cuentan, resonó en la boca de la mujer con una mezcla de desdén y burla que irritó sobremanera a los tres amigos que habían ido a caminar sin grandes ostentaciones, como había dicho, por la Capital de todos los cubanos. Habían pasado el primer test, para su suerte, pues si no pagarían su entrada en CUC.

“La palabra guajiro no me afecta en lo absoluto pero la forma y el contexto en que fue usada me resultó más que hiriente, valíamos cuatro dólares menos en ese momento”, refiere El Chino en una carta que ahora mismo debe estar llegando a los buzones de la Oficina del Historiador de La Habana.

Tras el incidente, y luego de pretender la presentación de la queja formal a la dirección de la institución, los tres santaclareños le tendieron una trampa a la señora. Betty le preguntó si era de Manzanillo, porque tenía acento de esa zona. La mujer dijo molesta que no, que ella era nacida y criada en La Habana, y que como ellos se atrevían a faltarle el respeto de esa forma. Como si fuera una ofensa nacer a 625 kilómetros de la capital, como si aquello influyera en la garantía de ser, o no, un excelente ser humano. Resultado: el asunto no trascendió más allá de la queja momentánea.

Lo peor es que no es esta una historia aislada. Existen a diario reclamaciones de guajiros de todos los rincones de las sabanas y montañas cubanos que han sentido el desdén, un tanto clasista, un tanto xenófobo, de los que por una razón u otra tienen en su certificación de nacimiento La Habana como ciudad natal. Pero si por casualidad, esa territorio natal del visitante está fuera de nuestros límites marinos, entonces cambian muchísimo las cosas. Por suerte o por desgracia la capital es un lugar adonde todos debemos ir en un momento u otro, por necesidad o por complacencia.

Cuba ha volcado gran parte de sus humildes recursos en crear una sociedad donde la equidad más que un sueño realizable, constituya una realidad palpable en nuestra cotidianidad. Casi en su totalidad se ha erradicado el racismo, las diferencias de clases no son el flagelo que una vez abundó en nuestras calles, la lucha por el respeto a las preferencias sexuales ya vislumbra su final feliz. ¿Cómo permitir, entonces, que aún continúen estos incidentes?

Razones por las cuales estos tres santaclareños guajiros se cuestionan: “¿Estamos realmente preparados para convivir cubanos y extranjeros en una isla cada vez más abierta al mundo? ¿Seguiremos siendo una nación que prioriza el buen trato a aquellos que muestran un pasaporte en lugar de un carnet de identidad? ¿Será el presente de la Habana el futuro de toda mi Cuba?”

Y se lo preguntan, ahora mismo, sentados en un banco del parque Vidal de Santa Clara, su “campo querido”, como le llaman. Un lugar donde se sienten más humanos, más amados y respetados de lo que supusieron en esa ciudad llamada la capital de todos los cubanos. “Unas sencillas disculpas hubiesen hecho la diferencia. Aun no es tarde”, reclaman.

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