Sacerdote Fantasma
Dicen que en las noches pasea por los rincones de la iglesia sin rumbo alguno. De un lugar a otro camina, entre la tristeza de la oscuridad y la desidia de quien lo ve. ¡Un fantasma! Gritaron por vez primera cuando lo descubrieron ¿Un fantasma? Se preguntan los incrédulos, resistentes a comprender la realidad de un templo ubicado en el corazón de la villa de la Santísima Trinidad, al centro sur de Cuba, una tierra que seguro Alejo Carpentier soñó cuando escribía lo real maravillo latinoamericano.
La sotana, describen los testigos, lo delatan como un antiguo sacerdote, a veces oscura, a veces clara. Tiene el andar pausado, como de condena. Vaga por reclinatorios, como pasando revista a cada una de las efigies de los santos. Se le ha visto en el santísimo sacramento, en el altar mayor, en el coro central, en los confesionarios. Quizás deambula destinado a comprobar eternamente que esta es la iglesia con el interior más grande del país, cuyos campanarios inconclusos le resaltan esa bendición de sitio único por su belleza inacabada. Quizá esa alma está apegada sin remedio a sus cimientos.
Cimientos de los que emana una historia. La historia de monjes dominicos que en las últimas décadas del siglo XIX escondían objetos valiosos en pasadizos secretos debajo de la iglesia, para resguardarlo de los ataques piratas. Según el vox populi algunos nunca salieron y, cuando todos olvidaron su presencia, murieron rodeados de objetos preciosos. Dicen que algunos espíritus resguardan la entrada para que nadie la descubra.
“En realidad, como es típico en la arquitectura religiosa de la colonia, debajo del templo hubo un cementerio. De todas formas ¿quién puede descartar esas historias de la gente?”, explica Mercedita Betancourt, la directora de la agrupación musical de la comunidad católica, una mujer a quien todos conocemos por su inteligencia. Pero no es mujer de andar creyendo en fantasmas. Por eso, cuando cuenta la historia del sacerdote con los pelos erizados, uno asiente sin reparar en los detalles. Sobre todo si es viernes 13, llueve a cántaros afuera y se interrumpe la electricidad. Dice mi abuela que no hay que fiarse de una iglesia en tales condiciones.
Relampaguea. Truena. “Yo lo vi una vez frente a la imagen del Cristo de la Vera Cruz”, expresa con la mirada perdida en el vacío. Truena. Relampaguea. “A veces toca las puertas, como para llamar la atención del que esté cerca, quiere como comunicarnos algo”. Relampaguea. Truena. “Algunos lo han visto hasta en plena misa”. Relampaguea, truena de nuevo y yo digo que falta solo el sonido del órgano para que parezca una escena de Drácula.
Lo más curioso resulta que esta no es otra de estas historias sacadas de un libro viejo. No es una fábula de camino contada por boca de padres y abuelos. Es, simplemente, el resultado de una ciudad que respira por obra y gracia de la fe popular. Una ciudad a la que la antropóloga y escritora cubana Lydia Cabrera iría en 1940 para expresar que constituía un lugar sorprendente porque “no todos los muertos habían muerto”.
Y es que Trinidad es un hervidero exquisito para la superstición. Como si de a poco sus habitantes vieran en la leyenda popular el incentivo para disfrutar una tarde de verano con los amigos. O quizás las creencias africanas, con sus historias mágico-religiosas, traspasaron las fronteras de barracones para asentarse en las finas tertulias del domingo por la tarde, cuando los sacarócratas criollos discutían de todo cuanto oliera a tradición.
Todavía, a la luz de los nuevos tiempos, muchos nos recreamos en la fábula de mitos y leyendas con que nuestros ancestros crecieron. En los 90, bajo la profundidad de los apagones, emergían cientos de cuentos sobre ruidos en casas: Sonidos de cadenas contra la puerta, como recuerdo del sufrimiento de los negros desterrados de su patria; voces en lenguas yorubas, como llamado a la libertad de aquellos que ya se asientan en estos predios; y luces blancas, y familiares fallecidos, y presencias impredecibles… (¡Uff! Se me eriza la espalda mientras escribo, debe haberme pasado un muerto por detrás.)
Luisi, me encantó el post, fijate que a pesar de estar de que esta largo, me lo lei riquísimo, bien interesante la historia y la forma en que está contada. Cada vez te conviertes en mejor profesional mi hermanito, eso me llena de orgullo:
ResponderEliminarJavier Alejandro Brito Padilla
Javi, más orgullo me da a m´que me digas esas cosas, sabes que la crítica de los amigos siempre me ha servido mucho para crecer como profesional. Ah! y que bueno que yo pueda decir lo mismo de tí. Un abrazote!!
EliminarExcelente! Cuánto placer genera leerte! Me siento orgulloso de ti mi querido amigo Luis.
ResponderEliminarLuis Bravo
Y yo de que me leas, y sientas placer, y orgullo. Abrazo!
EliminarEstimado periodista,he disfrutado tu post expones de una forma genial esa maravillosas tradiciones de nuestro terruno,una admiradora
ResponderEliminarAlina Gonzalez