¿Por qué Trinidad fue declarada Ciudad Artesanía?

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig

Cuando se cumple el segundo aniversario de la declaratoria de Trinidad como Ciudad Artesanía, oficializado por el Consejo Mundial de Artesanía el 15 de septiembre de 2018, recordamos el proceso y algunas de las razones más importantes por las cuales esta localidad resultó la primera y única en ostentar tan importante reconocimiento en Cuba.

Adier Zaballa comenzó a bordar desde niño cuando se escapaba después de las clases para ayudar a su abuela. Ella, a su vez, recibió las primeras lecciones de deshilado de manos de su madre, y esta de su madre, y así una cadena amplísima que comenzó justo después de que los españoles, en el siglo XVI, plantaron bandera en la zona de "El Jigüe". Esta costumbre, 506 años después, cala hondísimo en los quehaceres cotidianos de la ciudad de Trinidad.

Tanto ha sido el arraigo de las labores de aguja que su práctica ha burlado las pautas del machismo y se encarna hoy en las manos de hombres, aunque son las mujeres quienes ostentan todavía los principales títulos de tejedoras.

“Este oficio se mantiene vivo porque es una tradición que se transfiere de una generación a otra, una expresión cultural autóctona de la región y además una actividad rentable”, opina el muchacho, que solía trabajar en un puesto en el callejón de Peña, uno de los espacios más concurridos para los amantes de las creaciones textiles. Aunque las actuales condiciones sanitarias provocadas por la COVID-19 no permiten la exhibición en las llamadas candongas, los artesanos trinitarios continúan sus labores desde casa.

Lo cierto es que la artesanía habita aquí cual si fuera el espíritu del algún antepasado. Hay como una forma del “ser trinitario” donde lo antiguo y lo moderno se funden en un ente nuevo. Lo habíamos patentizado en la arquitectura y ahora lo demuestran las labores de aguja. Cinco siglos de tradiciones de lencería llegan hasta hoy para demostrar que Trinidad es más que un conjunto arquitectónico bien conservado.

Pero el viajero encuentra aquí, además, una ciudad de arraigo alfarero y de muestras locales del yarey, que comparten con el ingenio de la bisutería, la orfebrería, la escultura popular, entre otras manifestaciones. Junto a las labores de aguja, principal muestra del incentivo artesanal de la ciudad, las demás manifestaciones ofrecen un panorama de lo real maravilloso que, desde 2018, encantó al Consejo Mundial de Artesanías (CMA) para declarar a Trinidad como Ciudad Artesanía del mundo.

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig

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En 2015, el CMA envió una convocatoria a la dirección Nacional de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas (ACAA) donde la convidaba a postular algunos de sus territorios para tal título. “La directiva de esta organización no gubernamental pasó la convocatoria a mis manos”, recuerda su vicepresidenta de promoción, la especialista Rosa Juan Pérez, ferviente conocedora del trabajo de lencería en Trinidad.

Pérez compartió responsabilidades con la especialista de artes visuales de la ACAA, la trinitaria Cristina González Bequer, quien se encargó de confeccionar el expediente que optaba por la nominación definitiva. Ella recibió, en la tercera villa cubana, la ayuda de Carlos Enrique Sotolongo Peña, especialista principal del Museo Romántico trinitario e investigador del tema, quien contribuyó a la búsqueda de información y de las instituciones garantes del expediente: la Asamblea Municipal del Poder Popular, la Oficina del Conservador de Trinidad y el Valle de los Ingenios y el Centro Universitario Julio Antonio Mella.

La idea enamoró con creces a los sectores culturales y políticos de aquí. El expediente no tardó en ser confeccionado y enviado al CMA. Sin embargo, el año 2015 finalizó sin un veredicto, debido a la imposibilidad de traer hasta Trinidad una comisión que lo validara mediante una evaluación e inspección in situ.

No fue hasta 2018 que, en una reunión del CMA con sede en la Habana, donde participó Alberto de Betolaza, presidente de este Consejo para América Latina, cuando se decidió que una comisión de 11 personas de diferentes países viajara a Trinidad. El dos de julio de 2018 la comisión paseaba por las calles empedradas de la tercera villa fundada por los españoles en Cuba para luego dar las buenas nuevas a los medios. El 15 de septiembre de ese mismo año, la declaratoria se hizo oficial.

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig

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¿Por qué la lencería? Aunque el título ostentado dice que Trinidad es una ciudad artesanal y, por tanto, connota la anuencia de varias manifestaciones de la artesanía, el expediente de postulación declara expresamente que las labores de aguja son la actividad que se asume como candidata para tal condición.

La directora de promoción de la ACAA nacional puso sus ojos en Trinidad pues, a su juicio, la manifestación artesanal escogida se ajusta completamente a los parámetros establecidos por el CMA. Aquí se establece que dicha ciudad artesanal debía contar con una tradición históricamente reconocida con repercusión económica, con relevancia social, con aportes estético-culturales y con una producción bibliográfica que sustentase sus valores. La lencería, en especial la randa, lo demostró.

En primer lugar está reconocida como la más vieja labor manual existente. En su investigación para la confección del expediente de nominación González Bequer demostró que en el año de 1520 ya se comercializaban tejidos, que en 1587 se ofrecían obras de lencería confeccionadas aquí y que para 1867, “un pañuelito primorosamente bordado en Trinidad por María Lema Insúa obtuvo Medalla de Oro en la Exposición Universal de París”.

La tradición de confeccionar tejidos a mano no cesó, sin embargo, durante la recesión económica que sumió a Trinidad en la miseria y el aislamiento a partir de la segunda mitad siglo XIX. Por el contrario, serían los oficios el medio de subsistencia de muchos de sus hombres y mujeres. De acuerdo con la sentencia del aval de nominación, la propia penuria económica hizo que muchos trinitarios vieran lo que antes era un pasatiempo como una actividad comercial rentable. La finalidad no sería solo el aliciente creativo, sino la necesidad de comer.

En la actualidad, con la industria del turismo en pleno apogeo, las labores de aguja han encontrado un mercado potencial donde se estimula la producción artesanal auténticamente trinitaria. “Aquí se cotizan piezas en buenos precios, en dependencia del lugar en que se adquiera, para beneficio de uno o varios artesanos”, nos cuentan algunos artesanos de la feria La Candonga.

De ello dan fe además varios de los 168 afiliados a la ACAA en la ciudad hoy día —de ellos 101 en la rama textil— según precisa Luis Domínguez Ruíz, Secretario Ejecutivo de esa asociación en la villa; así como el centenar de mujeres y hombres que trabajan desde la comodidad del anonimato.

De acuerdo con datos ofrecidos por Yadira Escobar Calderón, Subdirectora del sector no estatal de la Dirección Municipal de Trabajo y Seguridad Social, hoy existen en Trinidad 288 personas operando con la licencia de Modistas y Sastres, una categoría que engloba a lo que antes se llamaba bordadoras/tejedoras.

Adrián Carmona tiene 33 años de edad y 12 en las labores de aguja y declara sin problemas que vive de su oficio como artesano. “No es para hacerse rico, pero me permite vivir y aportar a mi hogar. Lo que hay es que sacrificarse mucho, porque este es un trabajo que lleva dedicación, tiempo, práctica y estudio para alcanzar obras de gran valor estético”, confiesa.

Sin embargo, aclara que muchas veces la masividad y el facilismo del mercado callejero atentan contra la valorización de las obras, que no siempre se cotizan con el valor que el uso de los materiales, el tiempo, las técnicas y el acabado deberían conferirle.

Adier Zaballa explica el por qué: “Si trabajamos siempre como lo requiere la técnica tomaría demasiado tiempo. No daría para una buena comercialización. Se tarda mucho y no habría nada que vender en la mesa. Muchas personas se dedican a hacer puntos más rápidos, más comerciales: la trinitaria, el solecito, la margarita… que muchas veces no se hacen con calidad, pero más rápido y te surten”.

Al final, resumen ellos, se establecen dos mercados paralelos: uno más comercial, reservados para los puntos de venta callejeros —las candongas— donde una pieza ronda entre los 25 y los 50 CUC, y las galerías, para el acabado más fino, donde pueden alcanzarse precios de hasta 120 pesos en moneda libremente convertible. De esta manera los artesanos consiguen el equilibrio entre lo comercial y lo artístico, entre el negocio y la satisfacción personal.

En el plano sociocultural, esta labor aporta muchísimos beneficios. Muestra de ello es la lexicografía local utilizada por los hacedores de randa para identificar las puntadas sobre la tela: la barahúnda, la semillita de melón, la cáscara de piña, el farolito, la regañona y la más popular, la trinitaria.

No obstante, las labores de aguja son el tope de una pirámide artesanal en Trinidad, donde conviven muchísimas expresiones diferentes y genuinas que forman parte del modo de vida de los habitantes de esta localidad. No puede dejar de mencionarse el arraigo de la alfarería, ampliamente reconocida internacionalmente por los aportes de la familia Santander a un oficio que se sabe está presente en la ciudad desde el año de 1724.

A juicio de Carlos Enrique Sotolongo, otras manifestaciones como el yarey —que encuentra aquí las famosas jabas de guano trinitarias—, el cuero, la bisutería, orfebrería, la ebanistería y la escultura popular se establecen con rasgos locales. “Hay una asimilación de estas nuevas formas que beben de lo universal y se reacomodan al conocimiento de sus hacedores”, concluyó.

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig

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La historia de Adrián Carmona es también la historia de los proyectos de instituciones y personalidades de la ciudad en pos de aumentar y desarrollar la tradición de lencería en Trinidad. El muchacho, con una maestría en las técnicas de aguja —demostrada con premios del Salón de Artesanía Rafael Zerquera de la ACAA en Trinidad y Crearte de Sancti Spíritus— aprendió los primeros nombres y técnicas en 2009 gracias al taller Entre Agujas de la Oficina del Conservador de la Ciudad.

Según Yeni Medina, antigua directora del Centro de Promoción de esta institución, el espacio tuvo un carácter sociocultural. Fue creado primero para féminas adultas, con la intención de incentivar la creatividad en personas de barrios aquejados por diferentes problemas sociales, y luego se expandió hacia la formación de jóvenes sin importar su género. “Anteriormente, en el 2000, desarrollamos los Talleres de tejedoras y bordadoras, en los que compartieron experiencias bordadoras trinitarias, cubanas y extranjeras”, añadió.

Años más tarde, Adrián llegó hasta el portal del Museo de Arquitectura donde María de la Caridad Viciedo (Mery) imparte técnicas como deshilado, frivolité, crochet de horquilla y encaje Tenerife, de bolillos y de filet. Siempre a Mano se llama este espacio donde —le habían dicho— su anfitriona se preocupa por expandir el rescate de la tradición en las zonas rurales del municipio. Unas 200 personas ya suman la historia de ese taller.

El muchacho quiso dar un toque más profundo a su trabajo cuando se unió al proyecto Entre hilos, alas y pinceles de la artista plástica Yudith Vidal Faife. Allí, pudo extrapolar el valor meramente utilitario de sus piezas. Su objetivo fue convertir un tapete, un mantel o un pañuelo en toda una obra de arte. “De esta manera —dice— legitimamos los valores artesanales de nuestras creaciones al convertirlas en el soporte donde la artista plasmó su pintura”.

En estos días, Carmona tiene un puesto fijo en uno de los salones del Museo Romántico como parte del proyecto Urdimbre que busca no solo el trabajo continuo de tejedoras y tejedores para la buena salud de la tradición, sino que se enfoca en el intercambio internacional de sus artesanos.

Trinidad es una ciudad que desde sus mismos orígenes ha sabido mantener en el tiempo esas tradiciones, afirmó en 2018 Cristina González Béquer a la Agencia Cubana de Noticias (ACN), quien agregó la permanencia y enriquecimiento de las labores de la aguja en la ciudad museo del Caribe y los esfuerzos institucionales por fomentar su práctica.

Especialistas de la Oficina del Conservador de la Ciudad de Trinidad y el Valle de los Ingenios subrayan que la larga historia de esta manifestación convierte a Trinidad en referencia a nivel de país y en un ejemplo para muchos pueblos de América.

Rosa Juan Pérez reafirmaba que la condición de Ciudad Artesanía sería el primer reconocimiento internacional de los artesanos trinitarios y abriría un camino de oportunidades de intercambio con otros exponentes universales. En efecto, a solo un año de este acontecimiento Trinidad volvía a ser reconocida por la Unesco como una Ciudad Creativa, nuevo título que le ha otorgado visibilidad, mayor prestigio y la mirada de instituciones y organizaciones que pueden ayudar a la salvaguarda de estas tradiciones.

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