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Foto: Tomada de Internet |
Ya no se puede correr en el estadio de Trinidad. Ayer me disponía a hacerlo, como acostumbro dos veces a la semana por belleza, salud y liberar cargas. El estadio de béisbol de Trinidad —derruido, abandonado, árido y pestilente— es la meca del ejercicio físico en el pueblo. Hombres fuertes, atléticos, famélicos y gordos, mujeres fuertes, atléticas, famélicas y gordas, niños grandes, pequeños y ancianos van todos por allí. Hay tubos que salen del suelo para los muchachos sacar pectorales y las niñas glúteos. Hay gradas para cuclillas, y el inmenso terreno donde corro mientras muchos de todos colores, tamaños y olores practican pelota, fútbol o artes marciales. Nadie quiere ir a un antro horrible como el estadio municipal —donde los pocos juegos de la Serie Nacional* no se transmiten en la TV por razones obvias— pero no hay otro sitio donde ejercitar el cuerpo, al menos para simples mortales como yo. Y un día llegas y no te dejan pasar. ¿Por qué? Pregunto incrédulo. “Porque mira cómo ha quedado este lugar, es un peligro”, dice el portero mientras señala los trozos de zinc que caen desde el techo hasta el suelo doblados como la tapa de una lata de sardinas, desde que Irma comenzó sus estragos en Cuba. “Si quieres venir a correr ven entre las 4 de la mañana y las 4 de la tarde”, me dice desde una lógica que le entra a bofetadas a mi título de licenciado. Me ofusco, debo haberme puesto rojo. Mi inteligencia ha sido cuestionada desde el punto en que alguien me hace creer que se preocupa por mí y olvida toda ley física que dice que los trozos de zinc me pueden afectar a cualquier hora del día. Aun así nadie los ha venido a recoger. Pero me percato de que el portero, producto de algún noble plan de la ACLIFIM**, fue puesto allí a trabajar y solo repite lo que alguien más le dijo. Así que tras ripostarle, le ofrezco disculpas y le digo que siga haciendo su trabajo. Un hombre que escuchó todo, me da luces en el asunto. “Eso fue que el otro día un niño le dio un pelotazo a una gente que estaba corriendo, y la gente reclamó. Por eso no van a dejar que la gente corra a esa hora, pa' que los muchachos entrenen”. Eso tiene más sentido, le digo. Él se encoge de hombros. Entonces yo, nacido y criado en un país socialista que dice que el deporte es derecho del pueblo, me dirijo hacia la carretera de Casilda, claro de que aquello no me va a arruinar mi tarde de ejercicios, pero con la cautela de ponerme un solo audífono para advertir los carros que pasen. Hay que evitar accidentes. En el camino paso por uno de los muros del estadio y, en efecto, los muchachos entrenaban béisbol. Me sentí contento por ellos, porque podían desarrollar sus habilidades, y acaso porque eran inmunes al despiadado peligro del zinc caído.
*Serie Nacional de Béisbol, evento más imortante de Cuba en ese deporte.
**Asociación Cubana de Limitados Físico-Motores
*** Esta crónica (inspirada como post de Facebook) fue escrita el miércoles 4 de octubre. Cualquier variante en la medida ocurrió después de esta fecha.
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