Primeras horas
“¡Cumpleaños feliz, Cumpleaños feliz!...” a las 11:59 PM del viernes 25 de noviembre la tradicional canción de cumpleaños arremetió en el celular del amigo que nos dio la noticia. Era una noche trivial de viernes en La Habana. Yo estaba junto a unos amigos de visita en la capital y esperaba entrar al vientre de la Fábrica de Arte Cubano, ese centro nocturno de calado en el mundo cultural capitalino.
“¡Se murió Fidel!” Dijo nuestro amigo desde el otro lado del teléfono, acaso con la certeza de que la felicidad del cumpleaños se le había trastocado sin remedio. La primera reacción fue obvia: “¿Qué? ¿Cómo? ¡No chives, deja eso que con esas cosas no se juegan!” Y negamos, como quien reniega de la concreción de un imposible. “Raúl ha emitido un anuncio en la televisión”, escuchamos y de inmediato comenzamos a contrastar fuentes.
Las llamadas se cruzan. Se cuelgan y descuelgan teléfonos. Sorpresa. Admiración. Asombro. ¡Shock! Una amiga con internet en la casa confirma que las redes están colapsando con la noticia, que la prensa oficial cubana lo está posteando en redes sociales. Las dudas se disipan.
“!Fidel Castro ha muerto!” Poco más de la media noche y la noticia comienza a invadir las calles, como el hilo de sangre que anunció el fin de José Arcadio Buendía, que dobló esquinas y esquivó obstáculos para enterar a las personas justas.
He comenzado a reconocer que lo que me han dicho es cierto. He comenzado a reconocer por fin que estoy viviendo aquello que siempre me he preguntado —que nos hemos preguntado todos—: ¿Dónde estaré, qué estaré haciendo el día en que Fidel fallezca? ¿Cómo me voy a sentir?
Ahora, mientras escribo, solo reconozco un estado de shock. En el fondo un dolor agudo. Tan agudo como un sonido de frecuencia imperceptible. Uno no sabe cómo reaccionar ante sucesos históricos de tamaña trascendencia. Hay una sensación de cambio, como el fin de una época y el inicio de otra. Hay una dolorosa sensación de decir adiós a alguien cercano.
Son las 12:30 AM del sábado 26 de noviembre. Mis amigos y yo rastreamos la radio. A esta hora los medios también andan en shock y prefieren transmitir noticias disonantes, pero ninguna la que es. Grabo, un poco más tarde, el comunicado de Raúl al pueblo de Cuba, que por fin reproduce Radio Reloj.
He regañado a dos turistas que intentan grabarme. No entienden, les digo, lo que significa para Cuba este suceso.
Sobre la 1:00 AM estamos recorriendo la calle 23 en el Vedado habanero. Hay una calma que espanta. Los centros nocturnos tardan en enterarse y algunos reproducen música a viva voz.
Nadie se jacta ¿Cómo podrían? Pero se ven chicos de diferentes tendencias subir por la céntrica calle, terminan de celebrar sus cumpleaños, algunos se ven ebrios. No sé si saben, o si saben y no les importa, o si saben y prefieren brindar porque siga la vida.
Hay guardias de la policía, visibles cuando cruzamos la calle G. Van a cuidar el orden público, pero no hace falta. La gente entiende.
Sobre las 2 de la mañana llegamos al Coppelia, donde hay una zona WIFI. Internet nos dice mucho. Nos vomita, eso sí, que hay gente que celebra muertes, que la ríe, que la goza. Pero nos recuerda también la grandeza del hombre que acaba de morir. Fidel Castro no ha sido indiferente para nadie. Fidel Castro es Cuba en muchos sentidos. Su muerte ha estremecido a demasiados: a los que lo aman, a los que les da igual, a los que lo odian.
Llamados somos todos a continuar la vida. Es la ley natural de la existencia. Pero la cuestión está en que Cuba no será la misma sin Fidel. Como que nos tenía acostumbrados a su presencia, aunque fuese tras las fotografías de una visita importante a su morada.
Muchos años atrás, cuando la enemistad con los EE.UU. era radical, cuando vivíamos en peligro constante de ir a la guerra, tener a Fidel en el poder nos hacía tener cierta clase de sensación de alivio, de amparo. Como si estando él allí los americanos no podrían atacarnos nunca.
A mi parecer, uno de sus más grandes legados ha sido ese concepto de Revolución que me es imprescindible reproducir ahora:
Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo.
Queda, a quienes tengan el deber de relevarlo, hacer honor a su nombre y cumplir cabalmente palabra por palabra, letra por letra, cada coma, cada punto… de la frase en que Fidel había resumido todo el sentido de su obra.
*Escrito en la madrugada del sábado 26 de noviembre, a poco más de las 3 de la madrugada.
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