Semana Santa en Trinidad (+ fotos)
Francisco Marín Villafuerte
Sea finales de marzo, pleno abril, y en ocasiones mayo —según lo dictado por el calendario judío— la Semana Santa es la celebración por excelencia de la Religión Cristiana, conmemoración de los días finales de Jesús, mesías del Dios de Israel. Para la iglesia Católica comienza desde el domingo de ramos en recordación de la llegada del Hijo del Hombre hasta Jerusalén. Y el domingo de ramos marca también la celebración religiosa que con más arraigo se da en una pequeña ciudad del centro sur de Cuba, la mejor conservada de América Latina: la singular Trinidad, cunas de tantas costumbres y tradiciones.
En los albores del siglo XXI, en la era del agnosticismo, de la racionalidad, todavía la procesión de viernes santo atrae una inmensidad de gente hasta las calles empedradas, como recuerdo de una práctica que dice ser de las más pintorescas del mundo cuando de recordar el recorrido hasta el Gólgota se trata.
No es hasta el siglo XVIII que existe noticia de verdaderas procesiones de semana santa en Trinidad. Antes resultaba improbable por la inexistencia de un complejo religiosos mejor estructurado, además de la precariedad de las calles y la falta de las figuras emblemas que sirven para la recreación de los pasajes religiosos. Se cree que la primera procesión de jueves santo salió el 16 de marzo de 1716 presidida el obispo fray Gerónimo Valdés, luego de la llegada a estas tierras de la imagen del Cristo de la Vera Cruz en 1713.
En realidad la también llamada Semana Grande o Mayor constituía todo un hervidero religioso para la Trinidad de los primeros tiempos de la colonia, donde el catolicismo regía el pensamiento de lugareños con un fervor indescriptible. Las procesiones se difuminaban a lo largo de la semana en cualquiera de las iglesias que existían en la ciudad, y, a diferencia de nuestros días, llenaban el itinerario de la celebración.
Del domingo de ramos salía el recorrido de las palmas y el lunes la de la oración en el huerto. Del martes se conoce, hasta hace unas décadas, la procesión de la coronación de espinas que salía de la iglesia de Paula, con las imágenes de la Humildad y la Paciencia. El miércoles continuaba con la salida del nazareno, imitación del Cristo con la cruz a cuestas.
La del jueves tenía especial significación. Ese día salía a recorrer las calles el Cristo de la Veracruz, un espectáculo grandioso a juicio del antiguo cronista de la ciudad Gerardo Castellanos. La devoción del pueblo a esta figura viene desde los inicios del siglo XVIII, según una leyenda que cuenta cómo la escultura arribó al puerto de Casilda en un buque rumbo a Veracruz en México, pero incapaz de salir de las tierras trinitarias hasta no dejar la imagen del Cristo.
Entonces llegaba la del viernes, la procesión del santo entierro, precedida por el sermón de las siete palabras y la misa de los oficios. La tradición trinitaria toma esta celebración como la más fervorosa de la jornada, con una concurrencia de pueblo devoto, devenida luego en una multitud de visitantes de Cuba y el mundo, curiosos que venían (y vienen) a observar la procesión como en ningún lugar.
Según el antiguo historiador de la Trinidad, Francisco Marín Villafuerte, en el principio las procesiones no salían con las imágenes del Sepulcro, la Soledad y San Juan Apóstol. Por el contrario caminaban integrantes de órdenes religiosas y feligreses a modo de penitencia, vestidos de telas rústicas y otros con ropa ligera, que se abrazaban a las cruces del barrio del Calvario (llamado así desde tiempos inmemorables por surgir exactamente para las procesiones de semana santa) donde se dejaban azotar en acto de flagelación como castigo por sus pecados.
Tras la llegada de las imágenes, el camino fue tornándose más parecido a lo que vemos hoy. Salían desde la iglesia, se cantaba el miserere por jóvenes de la comunidad y la banda de concierto, y llevaban la instrumentación típica con la que dieron muerte al Mesías. Pasaban por la calle Amargura, hasta llegar a las Tres Cruces, antiguo barrio del Calvario.
Todavía hoy, aunque cada domingo a la Parroquial Mayor le cueste llenar la inmensa capacidad de sus asientos, no puede evitar que un mar de pueblo avive las calles del crepúsculo del Viernes Santo. Trinidad se vuelve religiosa por excelencia y, aun bajo la influencia de la modernidad y el agnosticismo, la ciudad que vemos agolparse ante las escaleras no parece la de estos tiempos, sino aquella de los días de la colonia, aquella por la cual nos sentimos orgullos.
Nota: Puede ver un álbum de 19 fotografías sobre la celebración del Viernes Santo en Trinidad si da clic aquí.
gracias por los datos que aportas, no los conocía y me fueron de mucho interés, es una historia poco contada de nuestra Santa Trinidad
ResponderEliminarPor nada. Es un placer para mí haberlos contado. Gracias por leer. Saludos.
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